Tobías seguía abrazando los hombros de Nerea, manteniendo una postura firme y posesiva, pero su voz sonó tranquila, incluso suave.
—Hace rato me desesperé un poco y te hablé fuerte… Nere, no te enojes, ¿sí?
Nerea negó despacio con la cabeza.
—No estoy enojada.
—Estos días no te he visto muy animada… ¿Hice algo mal? —preguntó él, con una inquietud transparente en la voz.
—No estoy triste.
—Sí lo estás —replicó Tobías, mirándola de frente—. Llevamos quince años de conocernos, Nere, te conozco suficiente para notarlo. He estado pensando si la regué en algo, pero de verdad no encuentro en qué. Dímelo directo, por favor. Si hay algo que deba cambiar, lo hago, ¿sí?
Nerea levantó la mirada y lo observó por un instante. Ese hombre al que había amado durante quince años, de repente, le pareció casi un desconocido.
Seguía teniendo el mismo brillo en los ojos, el mismo gesto de siempre; solo que el muchacho rebelde de antes ahora era un adulto confiado y exitoso. Y aun así, por alguna razón, Nerea sentía que ya no lo reconocía.
—Te lo juro, solo es que estoy en mis días —contestó, buscando sonar casual.
Tobías no terminó de convencerse.
—¿En serio solo es eso?
Ella asintió.
—Sí, solo eso.
De pronto, Tobías tomó su celular y marcó.
—Esta semana no voy a la oficina —dijo al teléfono—. Si surge algo, que Patricio traiga los papeles a la casa.
Nerea lo miró, extrañada.
—¿Y ahora qué te pasa?
—Voy a quedarme a tu lado —le respondió Tobías—. Si no te sientes bien, quiero estar aquí, platicar contigo.
Nerea no pudo evitar soltar una risita.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Tobías, con una sonrisa asomando.
—¿No es normal que me ría, teniendo a un esposo tan bueno?
Al escucharla, Tobías por fin se relajó y sonrió de verdad.
—Nere, si algún día te sientes mal, tienes que decirme. Somos equipo. No guardes las cosas para ti sola.
—¿Y tú? ¿Hay algo que me ocultes, que no me hayas contado?
Jugando, Tobías se acercó y le dio un beso ligero en los labios.
—Ya llevamos tres años casados, ¿no crees que ya es hora de buscar un bebé?
Nerea no respondió. En vez de eso, sacó una carpeta de su bolsa y se la entregó.
—Mira esto, por favor… y fírmalo.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Esposa que Quemó su Pasado