Karla, al fin entendió lo que estaba pasando. Desesperada, forcejeó con todas sus fuerzas.
—Bastián, ¡suéltame!
Pero él ni la miró. Sin vacilar, la arrastró hacia el interior del cuarto. La puerta se cerró tras ellos con un portazo y, de inmediato, giró la llave.
Bastián no soltó la muñeca de Karla ni por un segundo. La empujó contra la pared de un solo movimiento y levantó la mano, dispuesto a arrancarle la ropa.
Karla, con el corazón a punto de salirse del pecho, se aferró con ambas manos a su blusa, gritándole:
—¡Bastián, estás loco!
—¿No quieres?
La mano de Bastián la sujetó de la nuca, apretando con fuerza.
—Entonces, dame un millón de pesos ahora mismo o te entrego, junto con todas las pruebas, a la familia Valdés —le soltó, amenazante.
Karla apretó los labios. El miedo se reflejaba en sus ojos, tan asustada que apenas podía respirar. No entendía qué le pasaba a Bastián, por qué de pronto actuaba así, como si hubiera perdido la cabeza.
—Un millón solo por mirarte una vez, Karla. Considera que te estoy haciendo un favor —añadió él, con una calma inquietante.
La miró fijo. El rostro de Karla había perdido todo color y sus ojos se llenaban de lágrimas, pero él no mostró piedad. Volvió a intentar quitarle la ropa, decidido.
Karla se aferraba con todas sus fuerzas al cuello de su blusa, pero no era rival para la fuerza de Bastián. El delgado tejido terminó por ceder, desgarrándose y dejando al descubierto sus delicadas clavículas y todo el hombro derecho. Solo la tela blanca de su brasier le daba algo de dignidad.
Bastián bajó la mirada. La piel de su hombro era perfecta, sin marcas, ni una sola señal. Frunció el ceño, claramente decepcionado. No era eso lo que había esperado encontrar.
Sin dudarlo, fue a tirar de la otra manga. Pero Karla, en medio de la desesperación, levantó la mano y le soltó una bofetada.
—¡Pum!
El sonido resonó con fuerza en la habitación.

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