Aurora también estaba un poco confundida.
Para ella, la familia Narváez no era más que una familia de clase media, no del tipo que se preocuparía por cincuenta millones de pesos... El hecho de que aparecieran de repente causando alboroto y luego se fueran de la nada era muy sospechoso.
—¡Dejen de mirar, ya váyanse! —Simón vio que los vecinos de los alrededores todavía estaban reunidos en la puerta de su casa, así que hizo un gesto amplio con la mano, tomó a Aurora y Paloma, y las llevó adentro antes de cerrar la puerta de un golpe.
La gente murmuró un poco y se fue retirando poco a poco.
Dentro de la casa, Paloma seguía furiosa. Pensar que su querida hija había vivido tan miserablemente con la familia Narváez le rompía el corazón. Tomó la mano de Aurora, con la voz entrecortada por la emoción:
—¡Hija, todos estos años... cuánto has sufrido!
—Mamá, lo pasado, pasado está.
Aurora no esperaba que su madre se pusiera tan triste por todo esto.
Después de catorce años de vivir en la pobreza, y justo ahora que estaba de regreso, habían creado toda una imagen de “carencia”. Paloma reflexionó por un momento y de repente dijo:
—Auri, en realidad nuestra familia...
—Riiing, riiing—
El celular sonó, interrumpiendo las palabras que Paloma ya tenía en la punta de la lengua.
Se detuvo un momento, sacó el celular y vio que era una llamada de Carolina Suárez.
—Es Carolina quien llama.
¿Carolina?
Aurora recordó que Simón había mencionado que la salud de Carolina no andaba bien, y ni siquiera había tenido tiempo de preguntar sobre el asunto de la infertilidad.
—Caro, ¿qué pasa?
Al otro lado de la línea, Carolina Suárez, la cuarta nuera de la familia Lobos, lloraba desconsoladamente:
—¡Mamá! ¡Román, Román tuvo un accidente!
Paloma se estremeció.
—¿Qué le pasó a Román?
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