Noelia aceptó sin hacer preguntas y fue directo al baño a lavarse la cara y los dientes.
Raúl se quedó solo, sentado al borde de la cama, con el ceño marcado, guardando silencio por un buen rato. No tenía prisa por salir, tampoco Noelia. Durante la mañana, ambos iban y venían haciendo sus cosas, cada quien metido en su propio mundo, sin decir una sola palabra más.
El departamento era enorme, de más de cien metros, pero esa mañana, con solo ellos dos adentro, el ambiente se sentía tan pesado que costaba trabajo respirar.
Justo cuando Noelia estaba a punto de salir, Raúl por fin se animó a hablar.
—Mañana dan de alta a tu mamá, y en dos días ya es Navidad. En la tarde te acompaño al centro comercial para que compremos algo para tus papás, ¿te parece?
Noelia asintió, tomó su bolso y abrió la puerta.
Raúl, con una expresión dura, la detuvo de golpe.
—Noelia, ¿otra vez se te está olvidando algo?
Noelia se quedó quieta en la entrada, un poco confundida.
Al entender, dio la vuelta, se acercó a Raúl, se puso de puntitas y le dio un beso rápido, como el que uno da por compromiso, solo cumpliendo una tarea encargada por el jefe.
Antes de que Raúl pudiera decir algo o alcanzarla, Noelia ya había girado sobre sus talones y salió sin mirar atrás.
La puerta quedó entreabierta. Raúl, parado dentro, la vio meterse al elevador sin despedirse.
No sabía explicar qué era lo que le molestaba, pero la actitud de Noelia en ese momento le resultaba insoportable.
El celular vibró sacándolo de sus pensamientos.
...
Casi daban las diez de la mañana cuando Raúl llegó al edificio donde vivía Elvira.
Echó un vistazo al pequeño departamento.
—¿No que Iker estaba lastimado? ¿Dónde anda?
Elvira se apresuró a aclarar:
—Iker no solo se lastimó, también se asustó mucho. Toda la noche estuvo llorando y haciendo berrinche. Además, su pistola de agua se rompió. Tempranito estuvo chillando porque quería otra, así que mi mamá se lo llevó a dar una vuelta.
Raúl titubeó un momento y luego le soltó una advertencia:


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