Raúl habló, su tono tan distante que no dejaba lugar a dudas:
—Termina tu desayuno y descansa un poco. Mañana en la noche es la fiesta anual de Grupo Sigma Universal, tienes que acompañarme.
Noelia apenas esbozó una mueca, tan mecánica que resultaba doloroso verla.
Así que la prisa por hacerla comer solo era para que estuviera presentable en la fiesta de mañana.
Desvió la mirada hacia Raúl, pero siguió negándose a dirigirle la palabra.
Raúl, sin perder la calma, sacó su celular y lo puso sobre la mesa.
—Noelia, dejar de comer no va a hacer que cambie de idea. Si te niegas, ahora mismo le marco a tus papás para que vengan a convencerte —advirtió, con ese aire de quien siempre tiene el control.
Ante la amenaza, Noelia por fin reaccionó. Sus ojos se llenaron de lágrimas, y sus labios temblaron antes de que lograra hablar.
—No molestes a mis papás. Yo como —murmuró, con la voz hecha pedazos.
Trató de levantar el tazón de avena, pero le temblaban tanto las manos que no pudo sostenerlo.
Raúl abrió la boca, pero solo pudo quedarse ahí, con el pecho apretado como si le hubieran dado un golpe directo al corazón. Ayer había sido demasiado brusco con ella. Lo sabía.
Sin pensar mucho, tomó las manos de Noelia entre las suyas.
Esta vez, su voz salió mucho más suave, casi como si quisiera cuidar cada palabra.
—Déjame ayudarte. Yo te doy de comer.
Con paciencia, Raúl empezó a darle cucharada tras cucharada. Noelia comía rápido, demasiado, como si quisiera acabar con todo eso de una vez. Y mientras tragaba, las lágrimas no dejaban de rodarle por las mejillas, gruesas, calientes, imparables.
Estaba tan dolida, tan enojada, que ni siquiera podía gritarle. Mucho menos atreverse a levantarle la mano otra vez. La bofetada de ayer todavía le pesaba, como una cicatriz que no terminaba de sanar.
Ninguno de los dos dijo nada más. El ambiente era tan tenso que hasta el aire parecía pesado.
Raúl ignoró las lágrimas de Noelia y no se detuvo hasta que ella acabó toda la avena.
Dejó el tazón a un lado y tomó una servilleta para limpiarle la comisura de los labios con cuidado.
Cuando Noelia intentó levantarse, Raúl la atrajo hacia él sin soltarla, acariciándole el cabello largo con esos dedos firmes y decididos.
Su voz no fue fuerte, pero tenía una autoridad que no dejaba espacio para protestas.


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