Raúl se marchó apresurado, dejando al chofer y al carro a disposición de Noelia.
Noelia despidió al chofer, tomó otro taxi y, sin perder tiempo, siguió a Raúl hasta el hospital.
En el fondo, lo único que deseaba era descubrir cómo era la mujer que había vivido tanto tiempo en la memoria de Raúl, aquella que él jamás pudo olvidar.
Noelia llegó hasta los elevadores y alcanzó a ver con sus propios ojos a Raúl entrar en uno.
Cuando ella salió de otro elevador, ya no había rastro de él por ningún lado.
Noelia no pudo evitar burlarse de sí misma en silencio.
La hija orgullosa y altiva de la familia Barrios, ahora convertida en una mujer celosa que seguía a escondidas a su esposo infiel.
El ánimo la tenía hecha pedazos, no encontraba fuerzas ni para respirar.
Si no fuera porque temía que su madre no resistiera la noticia, habría armado un escándalo con Raúl ahí mismo, gritándole todo y, tal vez, dándole el gusto de terminar todo de una vez.
Ese dolor, tan desgarrador y punzante, amenazaba con volverla loca.
Después de calmarse un poco, Noelia secó sus lágrimas, se retocó el maquillaje y entró al cuarto de su madre.
Al ver a su hija aparecer a esas horas, Jimena no pudo ocultar su preocupación.
—Noelia, dime la verdad, ¿te peleaste con Raúl?
Noelia arrastró una silla hasta la cama y se sentó junto a su madre, forzando una sonrisa.
—Mamá, no nos peleamos.
Antes, ella declaraba con orgullo ante sus padres que casarse con Raúl era lo mejor que le podía pasar, su mayor felicidad.
Pero ahora, ¿cómo podía decirles la verdad?
¿Cómo les explicaría que ese yerno ejemplar que tanto apreciaban la estaba engañando?
¿Cómo les diría que pensaba divorciarse?
Martín apareció con una bolsa de galletas y otros antojos que algún pariente había enviado, y se los ofreció a Noelia.
—Noelia, en estos tres años de matrimonio, Raúl siempre ha estado al pendiente de nosotros, no solo con dinero, también con su tiempo. Si tienen problemas, háblenlo bien, y ya no le hagas berrinche por todo, ¿sí?
Jimena, con la mirada llena de ternura y preocupación, le acarició el brazo.
—Ya tienes veinticinco, hija. Es momento de dejar los juegos de lado. Raúl es el único hijo de la familia Olmedo, deberían pensar en tener un hijo pronto. Así tu matrimonio será más fuerte y duradero.
Noelia guardó silencio.
No era que ella no quisiera tener un hijo. Era Raúl quien siempre se había negado.
Recordó una ocasión en la que Raúl estuvo fuera por trabajo una semana.
Ella, ilusionada, escondió todos los anticonceptivos, esperando que por fin pudieran buscar un hijo.
—Él vino a ver a un amigo, y yo lo acompañé.
Luego le preguntó a su hermano.
—Dante, ¿dónde lo viste?
Dante se rascó la cabeza, pensativo.
—Entramos juntos al elevador. Creo que él apretó el botón del piso trece.
Noelia tranquilizó a sus padres con unas palabras y salió sola rumbo al piso trece.
No podía andar preguntando abiertamente, así que comenzó a recorrer el pasillo, revisando cuarto por cuarto.
Aunque era Raúl quien la estaba traicionando, entre más caminaba, más sentía que el corazón se le apretaba.
Las habitaciones de ese piso eran todas VIP, privadas, y el ambiente era silencioso, casi solemne.
De pronto, Noelia se detuvo frente a una de las puertas, entreabierta.
A través de la rendija, vio a Raúl de pie junto a la cama, abrazando a una mujer.
Sin duda, esa debía ser Elvira Gómez, la persona que Raúl jamás pudo olvidar durante tantos años.
Había escuchado ese nombre, pero era la primera vez que la veía.

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