La pequeña indomable del CEO obsesivo romance Capítulo 116

Soy Sandra Stanley, soltera y sin hijos, la verdad a mis veinticinco años no he tenido vida amorosa, simplemente una que otra atracción por hombres que no llevan a nada.

Vivo en un apartamento de lujo, fue comprado por él, exclusivamente para mí, puedo tener joyas, lujos, carros, casa, todo lo que una mujer pueda desear, y más una mujer de baja categoría como yo, no tendría todo eso ni si trabajara todo un año sin descanso pero...no me siento bien con lo tengo a mi disposición.

Solo soy una empleada en una de las mejores empresas de la ciudad de Londres, mi sueldo es bueno pero no tanto para pagar todos los gastos y menos si tengo que ayudar a la abuela con sus medicamentos que son carísimos, mi vida cambió desde que él, hace un mes entró a mi vida, todo dió un giro inesperado, ¿cómo debería sentirme siendo la otra?.

Sufro, no es fácil para mí pero que puedo hacer, lo que me duele es que lo tengo en mi cama y en mi corazón pero mi triste pregunta es...¿me tiene el en el suyo? ¿tan solo en una esquina de su duro y frío corazón?, no sé porqué me pregunto eso sí ya sé la respuesta, en la forma fría de tratarme, solo usa mi cuerpo para su necesidad, no entiendo porqué le gusta estar conmigo en la cama si tiene a una mujer hermosa a su lado con la cual piensa casarse, ¿qué soy para él exactamente?, no puedo entenderlo por más que intento, no puedo descifrar que es lo piensa, su mirada siempre es fría y no puedo leerlo, su rostro es inexpresivo, lo triste es que lo amo, siempre lo he amado, y por amarlo es que tengo que tener este papel, me basta con tenerlo cerca, pero tengo claro que siempre seré la amante.

~Aquí empieza mi historia~

*Un mes antes*

Era un día normal en la compañía, recién había llegado, se escuchaban rumores por los pasillos de la empresa, llevo trabajando allí dos años como secretaria del señor Bladimir Tyler, ha sido un poco duro ya que es muy estricto, le gusta la puntualidad y sobre todo la responsabilidad, es fundamental para trabajar en compañías como esas, la verdad me siento afortunada.

Sin embargo algo en ese día cambió, los rumores eran sobre el nuevo dueño de la compañía Tyler, alguien con más poder la había comprado pero no sabía quién era, el señor Tyler ya estaba anciano, también necesitaba un descanso y su puesto pasaría a otra persona, nadie se esperaba esa noticia, por mí parte me tomó por sorpresa, sentí temor de perder mi trabajo ya que podía haber cambio de personal, en esos momentos estaba pasando por una crisis, mi abuela estaba recién internada en el hospital por problemas de cáncer, sus analgésicos son muy caros y por eso cada día me esfuerzo para conseguir dinero, sería muy decepcionante si perdía mi trabajo.

El anuncio ya había sido oficial, la empresa pasó a manos de Eduardo Walton Ferrero, cuando escuché pronunciar su nombre mi corazón quiso salir de mi pecho, ¿era un sueño?, era el señor Walton, uno de los empresarios más reconocidos en toda la ciudad, comprar esa compañía era como quitarle el pelo a un gato, su familia es extremadamente millonaria, en las revistas y periódicos hablan de ellos, pero lo más importante de todo, es mi amor platónico, incluso he recortado su fotografía de los periódicos, mi sueño era verlo algún día en persona, poder admirarlo de cerca y no solo desde una simple fotografía, era mi ilusión, la verdad mi sueño se había hecho realidad.

Todos hablábamos de él, mis compañeras también se emocionaron, el es deseado por muchas mujeres, incluso de hombres, es muy guapo y elegante, jamás estaría a su nivel, me imaginaba cosas con Eduardo, además me preguntaba cual sería su tipo de mujer.

De repente todo se había quedado en silencio después de tanto murmullo, era porque el señor Walton había llegado a recibir su puesto como presidente, todos hicieron una reverencia ante él, menos yo, estaba en shock cuando lo vi por primera vez en persona, mis piernas temblaron y mi corazón estaba inquieto, me sentí tonta delante de todos, me fijaba en cada detalle, su cuerpo, su rostro, un traje elegante, zapatos finos, un reloj Rolex, de los más caros que hay por cierto, cada detalle era perfecto.

En ese momento sentí que mi compañera me dió un pellizco en el brazo y fue cuando reaccioné y hice la reverencia, en verdad me sentí tonta.

Cuando empezó a hablar con esa voz gruesa me estremecí, incluso su forma de hablar era perfecta, se presentó y luego iba rumbo a la oficina de presidencia pero antes, me miró, no sabía ni que hacer en ese momento, pensé que era porque no hice la reverencia al principio y pudo ser una falta de respeto hacia él, tragué en seco y quedé inmóvil, su mirada era intensa y penetrante, su rostro frío y inexpresivo, me aterró un poco no lo puedo negar.

—Tú, pasa a mi oficina _Me dijo, se pudo notar la frialdad, todos me miraron como queriendo decir "te compadezco", la verdad ya todos podían percibir su aura de hielo, y también temían por sus empleos, sería muy mala suerte la mía quedar sin trabajo primero que todos, el me dió la espalda y ingresó a la oficina, yo tragué en seco y lo seguí rogándole a Dios por mi trabajo, no me importaba si me llamaba la atención por lo anterior pero lo que no quería era perder mi puesto.

Al entrar a la oficina quedé de pie frente a su escritorio, el ya está posicionado en su puesto, acomodó unos papeles sobre la mesa y luego me miró, pero me observaba de pies a cabeza, me sentí nerviosa, no podía creer que estaba frente a él, de cerca era mucho más guapo.

Todo se quedó en silencio, yo no sabía si debía decir algo o quedarme ahí parada como una tonta, sin embargo no mostré nerviosismo, mantuve la compostura, el me miraba directo a los ojos y yo también le devolvía la mirada, no me podía dejar intimidar, mi rostro tampoco tenía expresión, estaba emocionada por dentro pero no debía dejarlo notar, no sería correcto.

—Así que eras la secretaria del viejo Tyler¿no es así? _Rompió el incómodo silencio, era un alivio que haya empezado hablar, ya no podía más con esa incomodidad.

—Si señor _respondí de inmediato sin titubear.

—¿Cual es tu nombre? _preguntó mientras miraba unos papeles.

—Me llamo Sandra Stanley, señor...

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