Renata, muy consciente de la situación, dio unos pasos hacia atrás y se alejó de Joaquín. Colocó las manos al frente, con una actitud respetuosa, y habló con voz suave.
—Petra, no vayas a malinterpretar nada, el señor Joaquín…
Petra ni siquiera le dirigió una mirada; tenía la vista clavada en Joaquín.
Al ver a Petra sentada en la silla de ruedas, Joaquín logró recuperarse de la sorpresa en un instante y se acercó a toda prisa.
—¿Te lastimaste?
Preguntó de inmediato, y al notar la bata de hospital y el cabello aún húmedo de Petra, su mirada se llenó de preocupación.
Ella, viendo su expresión tensa, ya sabía que la respuesta que recibiría sería una mentira. Aun así, no pudo evitar intentar obtener la verdad.
—¿Qué haces aquí?
—Antes, en la empresa, sentí algo raro en el pecho y no me sentía bien, así que vine a checarme. No quise decirte nada para que no te preocuparas —contestó con total naturalidad, como si no estuviera ocultando nada.
Esa mentira le apretó el pecho a Petra. Esbozó una sonrisa amarga y ya no dijo nada más.
En ese momento, el doctor del consultorio llamó a Petra por su nombre.
Joaquín, sin pensarlo mucho, empujó la silla de ruedas y entró con ella al consultorio.
Antes de cruzar la puerta, Petra alcanzó a ver a Benjamín, que acababa de terminar una llamada y regresaba.
Él se encontraba en medio del pasillo, observándola con una expresión impasible, los ojos distantes y fríos.
Petra bajó la cabeza rápidamente y apartó la mirada.
La verdad, le incomodaba que personas que conocían su origen la vieran así, tan vulnerable. No importaba con qué intención le ayudaran, eso solo la hacía sentir más humillada y apenada.
Cuando la puerta del consultorio se cerró, Benjamín se dirigió hacia los elevadores.
Héctor fue tras él y preguntó, un poco confundido.
—¿Así nada más nos vamos?
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