Ella tenía la capacidad de valerse por sí misma. Si algún día en la familia Calvo solo quedara ella, tampoco dejaría que su vida se viniera abajo.
—Señorita Petra, he estado pensando y, cuando la señorita mayor se recupere, entonces sí me iré a mi pueblo. Ya platiqué con mi hijo y mi nuera, todos estamos de acuerdo.
Al escuchar eso, Petra, quien hasta hace un momento temía que tras su partida a Santa Lucía de los Altos la nueva persona no pudiera cuidar bien a su hermana, sintió un nudo en la garganta y una oleada de gratitud recorrió su mirada al saber que Giselle no se iría.
—Giselle, te lo aseguro, nosotras jamás seríamos ingratas contigo.
Giselle le dio unas palmadas en la mano a Petra, con una voz suave y cálida.
—Yo las vi crecer a las dos. Ahora que la señorita mayor está así, la verdad no tengo corazón para irme.
Al oírla, Petra sintió los ojos arderle. Agradecía de corazón que Giselle decidiera quedarse con la familia Calvo.
Cuando terminaron de limpiar todo, Giselle se retiró a descansar.
...
Jimena aún no salía del estudio. Petra, con sigilo, entreabrió la puerta y asomó la cabeza. Encontró a su hermana sentada en la silla, mirando al vacío.
—Hermana...
Al escucharla, Jimena volvió en sí y la miró.
La expresión perdida en su mirada había desaparecido por completo, como si la Jimena ausente de hace un momento nunca hubiera estado ahí.
—¿No has ido a descansar?
Petra la observó, notando lo tranquila y serena que se veía, y le respondió:
—La que debe dormir temprano eres tú. El doctor fue claro: nada de desvelos, debes comer bien y mantener tus horarios. No puedes desobedecer las indicaciones.
Jimena asintió, se levantó de la silla y, al tomar su celular, apagó la pantalla. Su voz sonó calmada:
—Ya me voy a descansar.
Petra salió con ella del estudio y, al subir las escaleras, la tomó del brazo.
—Mañana tengo que ir a Santa Lucía de los Altos por trabajo —le dijo, con el tono de quien deja instrucciones importantes—. Acuérdate de lo que prometimos: mañana tienes que ir a tus terapias a la hora acordada. Cuando sea el momento de la quimio, pediré permiso para estar contigo, tú...
Petra asintió.
—Sí, es muy evidente.
Jimena guardó silencio, bajó la mirada y, tras unos segundos, dejó escapar una risita, una mezcla de resignación y burla hacia sí misma.
Cuando volvió a alzar la mirada, sus ojos ya reflejaban esa calma y determinación de siempre.
—No tiene nada que ver con la empresa. Es algo mío.
Su voz era serena, y en su expresión ya no quedaba ni rastro de la melancolía de antes.
Petra se quedó quieta. Podía sentir con claridad la tristeza de su hermana. Sin dudarlo, la abrazó con fuerza.
—Hermana, yo ya no soy una niña. No importa lo que te pase, cuéntamelo. Solo nos tenemos la una a la otra, quiero que me tomes en cuenta.
Jimena le revolvió el cabello a Petra, su voz tenue y pausada:
—No es nada. Solo que ese hombre que juró que solo se casaría conmigo... ya va a casarse con otra.

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