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La Traición en Vísperas de la Boda romance Capítulo 23

Leo negó con la cabeza de prisa y se hizo a un lado para dejarle el paso.

—No es eso.

—Señorita Calvo, el señor Joaquín está en una junta. ¿Quiere esperarlo en su oficina? Le preparo una bebida.

Mientras decía esto, Leo la guiaba hacia la oficina de Joaquín y extendía la mano para abrir la puerta.

Pero Petra apartó la mirada y se dirigió a su propio despacho.

—No hace falta, lo espero en mi oficina.

Su oficina estaba justo al lado de la de Joaquín.

Renata y Joaquín iban y venían juntos últimamente. Quién sabe qué cosas habrían estado haciendo encerrados en ese lugar. Solo de pensarlo, Petra sentía repulsión.

Leo, parado al lado, empezaba a sudar frío en la frente.

Sin mirarlo, Petra tomó la manija de la puerta de su oficina, puso el dedo en el lector y trató de desbloquearla. Pero le marcó error de huella.

Lo intentó una vez más. Mismo resultado.

Leo bajó la cabeza, sin atreverse ni a respirar fuerte.

Fue entonces cuando Petra se dio cuenta de que alguien había cambiado la configuración de la cerradura y eliminado su huella.

El único que podía modificar el acceso era Joaquín. Solo él podía autorizar un nuevo registro de huellas.

Los ojos de Petra se volvieron tan gélidos como el acero.

—Tráeme a quien está encargado de esto.

Leo, incómodo, respondió con voz baja:

—La asistente Renata está en una reunión con el señor Joaquín.

—Señorita Calvo, ¿por qué no espera en la oficina del señor Joaquín mientras tanto?

¿Renata? Así que, después de que la despidieran de Innovex Global, Joaquín no perdió tiempo en meterla aquí y hasta le había dado el despacho de la subdirectora.

Petra soltó una carcajada sarcástica y miró a Leo con desprecio.

—Con lo bien que lo cubriste delante de mí... y al final, ni te valoró ni te dio tu lugar. ¿Te parece justo que una novata recién salida de la universidad te quite el puesto así nomás?

Leo se quedó pasmado un momento, luego bajó la cabeza, avergonzado.

Debió imaginar que Petra no era ninguna ingenua.

Petra alzó una ceja y soltó, con tono de burla:

—Pensé que le dolía el pie, por eso lo estiró hacia el señor Joaquín. ¿O quería que él se lo sobara?

Renata bajó la cabeza, tragándose la humillación y la rabia.

Joaquín frunció el ceño y, con voz dura, intervino:

—Petra...

Petra giró hacia él, con una sonrisa desdeñosa, y lo interrumpió:

—¿Qué pasa? ¿Quieres ayudarle a masajearle el pie tú mismo?

Eso lo descolocó y su expresión se endureció.

—No armes un escándalo. Estamos en una reunión. Espérame en la oficina.

Petra apartó la mirada y fue a sentarse, sin prisa, en la silla vacía justo enfrente de Joaquín. Habló con voz pausada y tranquila, pero con filo:

—Soy socia fundadora de la empresa y subdirectora. ¿Desde cuándo hay reuniones a las que yo no puedo asistir?

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