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La Traición en Vísperas de la Boda romance Capítulo 250

—Hola, soy Petra.

Petra habló con voz firme, mientras levantaba la mano con delicadeza y la apoyaba en el pecho de Benjamín, intentando poner distancia entre ambos.

De pronto, la voz arrastrada de Joaquín, empapada en alcohol, retumbó desde el celular.

—Amor, soy yo… estoy… me pasé de copas, perdí el celular, ¿puedes venir por mí?

Petra frunció el ceño, a punto de contestar. Benjamín, que había aflojado un poco la mano, la sujetó de nuevo, fuerte, y la atrajo hacia su pecho sin previo aviso.

Su nariz chocó contra el torso firme de Benjamín, arrancándole un quejido ahogado.

—Tú…

Iba a reclamar, pero el hombre enterró el rostro en el hueco de su cuello antes de que ella pudiera terminar.

—No vayas —murmuró—. Ya me quiero dormir.

Petra: [¿¿¿¿¿???]

Aún no asimilaba lo que ocurría, cuando Joaquín, del otro lado de la línea, reaccionó antes que ella.

—¡Petra! ¿Dónde estás? ¿Quién es el tipo que está contigo? Tú…

Petra ni tenía intención de ir a buscar a Joaquín, y justo pensaba aprovechar la situación para picarlo un poco, cuando Benjamín, que permanecía callado y acurrucado en su cuello, le dio un leve mordisco.

—¡Ah…! —exhaló Petra, sorprendida.

Del otro lado del celular, Joaquín guardó silencio un segundo. Luego, su voz explotó en un grito agudo y descontrolado.

Incluso con el celular a distancia, Petra sentía cómo le taladraban los oídos los alaridos rabiosos de Joaquín.

Molesta, con dolor de cabeza por el escándalo, Petra estaba por colgar la llamada.

En ese momento, una mano grande y de dedos largos, impecable, cubrió la suya, le arrebató el celular y, sin decir palabra, lo aventó por la ventanilla del carro.

Petra solo alcanzó a ver cómo el celular describía una parábola perfecta en el aire, perdiéndose entre el tráfico hasta desaparecer de su vista.

...

Se quedó pasmada unos segundos, luego le dio un golpecito en el hombro a Benjamín, que seguía ocultando el rostro en su cuello.

—Señorita Petra, me parece que el señor Benjamín ya se quedó dormido del borrachazo. En la cena tomó bastante. Si sigue empujándolo así, seguro lo va a hacer vomitar. Y si le vomita encima, sería una tragedia.

Petra se imaginó la escena en su cabeza y, de inmediato, dejó de empujarlo.

No le quedó más remedio que dejarse abrazar por Benjamín durante todo el trayecto.

Él no cambió de posición ni un segundo. Su respiración pausada le acariciaba el cuello, provocándole una extraña mezcla de cosquillas y escalofríos. Petra se quedó rígida, aguantando con estoicismo el camino entero.

Por fin llegaron a la casa de Benjamín.

El chofer estacionó el carro en el garaje.

Petra sintió que se le abría el cielo, lista para por fin liberarse. Pero el chofer giró sobre su asiento, la miró con preocupación y le habló con voz apurada:

—Señorita Petra, el señor Benjamín está tan borracho que ni cómo dejarlo solo. Y Héctor, que normalmente lo cuida, no está en Santa Lucía de los Altos. ¿No podría quedarse usted esta noche para vigilarlo?

Petra iba a negarse en el acto, pero el chofer, viéndole la intención, se apresuró a añadir:

—En el camino, escuché que el señor Benjamín quería llevarla con él a San Miguel Antiguo, pero ni terminó de decirlo. Además, está tan mal que mañana seguro ni se acuerda de nada. Si hace falta, yo puedo testificar por usted. ¿Qué le parece?

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