Al recordar ese beso fugaz, casi como el roce de las alas de una libélula, y luego la cara de Petra toda apurada y nerviosa, a Benjamín le recorrió por dentro una oleada de fastidio.
Puso cara seria, apartó la vista, dejó el celular a un lado y salió del cuarto rumbo al pasillo.
...
Al día siguiente.
Petra abrió los ojos y lo primero que notó fue que estaba en un lugar desconocido.
Se le heló la sangre. De inmediato se quitó la cobija y revisó su cuerpo con desesperación.
Al ver que llevaba otra ropa distinta, su mente se quedó en blanco unos segundos.
Recordaba que la noche anterior Rosalía le había propuesto llevarla a la habitación de invitados para que descansara, pero ella se había negado. Hasta había confirmado con Benjamín que él la sacaría de ahí.
¿Será posible que...?
Un remolino de ansiedad le revolvió por dentro.
Tragó saliva en silencio, se destapó y bajó de la cama con sumo cuidado, casi de puntitas.
Lo primero que hizo fue asomarse al bote de basura. Al ver que no había papeles ni nada sospechoso, y que su cuerpo no sentía ninguna molestia, pudo al fin relajarse.
Al parecer no había hecho ninguna locura por culpa del alcohol.
Aunque Benjamín no la había llevado de vuelta con la familia Calvo, seguramente la dejó en un sitio seguro para que descansara.
No tenía por qué ponerse tan nerviosa.
Petra se dio unos golpecitos en el pecho y suspiró, aliviada.
Vio que la puerta del dormitorio estaba entreabierta. La empujó despacio y asomó la cabeza para ver afuera.
En la sala, Benjamín estaba sentado en el sillón hablando por teléfono. Al notar que Petra salía, apagó su cigarro y terminó rápido la llamada.
—¿Ya despertaste?
Petra asintió.
—Sí.
Benjamín se puso de pie y habló con voz calmada.
—Si ya estás despierta, ven a desayunar.
—Es que... todavía no me lavo los dientes —respondió Petra, un poco azorada.
Benjamín la miró de reojo.
—¿Quieres que te ayude?
—Eh... claro que no —contestó Petra, con una sonrisa incómoda, y se resguardó de nuevo en la habitación.
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