Benjamín notó que Petra seguía parada en el mismo sitio. Alzó la vista y, con voz grave, le soltó:
—¿Vas a venir o te espero sentado?
Solo entonces Petra se animó a acercarse, caminando hacia él con una actitud educada. Volteó hacia Catalina y le habló con cortesía:
—Perdón, señorita Catalina. El señor Benjamín y yo tenemos que platicar de asuntos de trabajo. ¿Le importaría dejarnos un momento?
Catalina la fulminó con la mirada, llena de rabia, pero al final, con desgano, se hizo a un lado y dejó libre el asiento junto a Benjamín.
No tuvo más remedio que sentarse en la otra silla, al lado de Petra.
Mientras esperaban, Benjamín tomó una de las revistas que la aerolínea había dejado en la sala y se puso a hojearla, sin darle mucha importancia. Catalina, en cambio, buscaba cualquier excusa para iniciar una conversación con él.
—Benjamín, yo también voy a Santa Lucía de los Altos por trabajo. La familia Espino acaba de lanzar una nueva marca de bebidas y ha tenido buena respuesta en el mercado. Esta vez me toca encargarme de atraer franquicias e inversionistas.
Hizo una pausa y continuó, fingiendo humildad.
—Todavía no tengo mucha experiencia, así que mi familia quiere que me foguee un poco. Si en el futuro me topo con algo que no entienda, ¿te puedo pedir ayuda?
Benjamín soltó la revista, la dejó sobre sus piernas y le dirigió una mirada cortante.
—Lo siento, pero yo no pierdo el tiempo con gente despistada.
Petra, que ya conocía de sobra el filo de la lengua de Benjamín, solo arqueó una ceja, nada sorprendida. De hecho, hasta lo esperaba. Por eso, para que Catalina pudiera acercarse y platicar con Benjamín, Petra se había recargado lo más posible en el asiento, dándole espacio para que intentara su jugada.
Todo era parte de su plan: esperar el momento justo.
Cuando vio a Catalina al borde del llanto, con el coraje atorado en la garganta, Petra se sintió satisfecha. Durante años, las hermanas Espino se la habían pasado poniéndole trampas a su hermana. Que ahora una de ellas recibiera una humillación en público, le parecía más que justo.
Catalina no solía tratar mucho con Benjamín. Así que, al escuchar su respuesta, primero creyó que había oído mal. Cuando entendió bien, su cara perdió color.
En los últimos años, la familia Espino había ido ganando terreno. Por eso, la mayoría de la gente que la rodeaba se deshacía en halagos y cumplidos. Que la pusieran en su lugar tan directamente, era algo que casi nunca le pasaba.
Catalina miró a Benjamín, incrédula, con los ojos abiertos de par en par.
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