Benjamín dejó las sandalias a un lado con un movimiento despreocupado.
—Listo.
—Gracias.
Petra echó un vistazo a las pobres sandalias blancas y no pudo evitar poner una cara de vergüenza. A esas alturas, ya no tenía sentido llamarlas blancas; se habían transformado en un revoltijo gris negruzco, dándoles un aspecto digno de lástima.
Mientras Petra intentaba disimular la incomodidad, Benjamín volvió a tomarle el tobillo. Después de forcejear tanto antes, tenía la piel un poco enrojecida.
Benjamín observó con atención, asegurándose de que no hubiese señales de hinchazón. Solo después de comprobarlo, soltó su pie.
—Ya es tarde, ven a comer algo y luego vete a dormir.
—Está bien.
Petra asintió, aunque su expresión seguía siendo algo incómoda. Se sentía apenada, pero por suerte, Benjamín no parecía con ganas de burlarse. Soltó su pie y se dirigió al baño.
Petra dejó escapar el aire, aliviada. Se arregló un poco, limpió sus pies con una toallita húmeda y luego fue a enjuagarse al baño. Se quitó la chaqueta, la metió en la lavadora y, al asegurarse de estar limpia, salió de su habitación.
Apenas pisó la sala, el aroma intenso de los pinchos asados llenó el ambiente. Recordó que Benjamín probablemente no soportaría ese olor y, en un acto reflejo, encendió el purificador de aire y cerró las puertas de la recámara y el estudio.
Justo en ese momento, Benjamín salió del baño secándose las manos. Al ver a Petra corriendo de un lado a otro cerrando puertas, negó con la cabeza, resignado.
Cuando Petra estuvo segura de que el olor no se metería en las habitaciones, miró con cautela a Benjamín y preguntó titubeando:
—Señor Benjamín, ¿quiere probar un poco?
Benjamín frunció el ceño apenas al escuchar la manera en que lo llamó.
—Antes de comprar los pinchos me decías Benjamín, y ahora que los compraste, ¿ya soy el señor Benjamín? ¿Ya te serví y ahora me mandas a volar?
Caminó junto a ella, sin perder la ocasión de lanzarle esa indirecta.
Petra, sin pensarlo mucho, tomó el primer pincho y se lo ofreció.
—Ben... Benjamín, toma.
El gesto de Benjamín se suavizó mientras extendía la mano para recibir el pincho. Al sujetar el palito, sus dedos rozaron los de Petra, transmitiendo una chispa que la recorrió entera. Ella retiró la mano de inmediato, se sentó y eligió otro pincho, comiendo tranquila, como si nada hubiese pasado.
Durante el camino de regreso, Petra había aguantado el hambre. Ahora, con el primer bocado, sintió una satisfacción enorme. Era delicioso. No se contuvo y saboreó cada trozo con una sonrisa involuntaria.
Benjamín la observaba de reojo, una media sonrisa dibujándose en sus labios. Luego, sacó de la bolsa la lata de cerveza artesanal que Petra había insistido en comprar. Con una sola mano, le quitó la tapa y vertió la bebida en su vaso, empujándoselo después.
—Gracias, Benjamín.
Benjamín no respondió, simplemente sirvió su propia copa de vino. El líquido rojo bailaba dentro de la copa bajo la luz, como si ocultara un secreto tentador.
Petra siempre pensó que las manos de Benjamín tenían algo especial. Cuando él tomó la copa con naturalidad y elegancia, sus dedos largos y firmes parecían aún más atractivos, como si cada movimiento suyo tuviera su propio ritmo y gracia...

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Traición en Vísperas de la Boda
Me gustaría saber cuántos capítulos faltan y cuando los publicará...