—¿Estás enojado?
Benjamín bajó la mirada, y sus ojos se toparon con los de ella, llenos de un brillo húmedo. Se quedó quieto, sorprendido por ese encuentro.
No respondió, simplemente la observó.
—Benjamín, ¿de verdad estás enojado?
Petra, sin rendirse ante el silencio, volvió a insistir con la esperanza de obtener una respuesta.
—No te enojes, ¿sí?
Benjamín sintió como si una pluma rozara la superficie de su corazón, ese corazón que siempre había mantenido impasible. Una pequeña ola de emoción lo estremeció.
Su voz salió más suave, casi sin notarlo, y le revolvió el cabello con ternura.
—No estoy enojado.
Petra lo miró, notando ese gesto tan suave en su rostro. Guardó silencio un buen rato.
Bueno, seguro estaba soñando.
Solo en sus sueños Benjamín podía tratarla con tanta amabilidad. En la vida real, él nunca se mostraba así de considerado con ella.
Siempre debía andar con cuidado, lidiando con cada trampa que él le ponía en el camino.
Si daba un paso en falso, caía en uno de esos hoyos y provocaba su descontento. Así que tenía que andar con pies de plomo.
Petra se quedó sentada calladita, esperando a que Benjamín terminara de limpiar el desastre que había quedado sobre la mesa.
Mientras tanto, el sueño y el mareo iban ganando terreno en su cabeza. El efecto del alcohol la arrastraba, y sentía que todo a su alrededor giraba sin control.
Benjamín terminó de recoger la mesa y llevó la bolsa de basura hasta la puerta.
Al regresar, la encontró dormida, recostada sobre la mesa.
Se acercó despacio y se detuvo a su lado, contemplando cómo su respiración se volvía tranquila y pausada.
—¡Víctor!
En sus ojos parecía brillar el universo entero, con un fulgor que atrapaba.
Benjamín apartó la mirada, incómodo, fingiendo que no había visto nada.
Los niños que crecían en familias como la suya cargaban con cursos interminables y clases de finanzas. Desde pequeños, ya se les notaba la astucia y la seriedad en la forma de comportarse.
Todos parecían estar llenos de cálculos y segundas intenciones, pero ella no tenía ni una pizca de eso.
Parecía tan fácil de engañar, como si cualquiera pudiera llevársela con una sonrisa.
Era como una flor llena de vida, vibrante y colorida.
No era raro que Jimena, al enterarse de su compromiso con su hermana, siempre lo mirara con cara de pocos amigos, y hasta soltara alguna burla sobre “el viejo queriéndose quedar con la jovencita”.
Si él tuviera una hermana así, tampoco aceptaría que la comprometieran tan joven con un hombre cinco años mayor, y encima tan calculador y reservado como él.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Traición en Vísperas de la Boda
Me gustaría saber cuántos capítulos faltan y cuando los publicará...