Petra bajó la mirada hacia la bata de baño que sostenía entre las manos, guardó silencio por un momento y luego levantó la mano para tocar la puerta del baño.
—Señor Benjamín, traje su bata. ¿Se la cuelgo en la puerta?
No hubo respuesta desde dentro del baño.
Petra dudó un instante, pero al final decidió colgar la bata en la manija de la puerta.
Apenas extendió la mano, la puerta se abrió de golpe desde adentro.
Una mano salió disparada y atrapó su muñeca.
Por un segundo, Petra sintió que la persona dentro del baño quería arrastrarla hacia adentro.
El corazón se le desbocó, y al ver esa mano todavía húmeda, se puso tensa al instante.
Bajó la cabeza, sin atreverse a mirar más allá del brazo que la sostenía.
Por suerte, al siguiente instante, el hombre soltó su muñeca y, como si estuviera molesto, le arrebató la bata de las manos y la jaló hacia dentro con un movimiento rápido.
De inmediato, la puerta se cerró con un golpe seco —¡pum!—
Petra se quedó mirando la puerta cerrada, atónita durante unos segundos. Luego, respiró hondo y recuperó la compostura.
No se fue de inmediato, sino que retrocedió unos pasos y se quedó cerca, de espaldas al baño.
Las reglas del trabajo eran claras: no podía alejarse más de dos metros de Benjamín, por si él le daba alguna instrucción y ella no la escuchaba.
Pasaron poco más de diez minutos antes de que se abriera la puerta del baño.
Benjamín salió, pasó junto a ella sin decir palabra y se dirigió directo al vestidor.
Al pasar, todavía despedía ese vapor cálido y húmedo.
Petra sintió que incluso el aire que respiraba se volvía más húmedo por un momento.
Sin apurarse, lo siguió hasta donde ya tenía preparada la ropa que había elegido para él.
—Señor Benjamín, esto es lo que seleccioné para que use hoy.
Mientras hablaba, no pudo evitar mostrarse algo nerviosa.
Era apenas la segunda vez que hacía este tipo de trabajo.
La primera vez había sido por encargo de Baltasar.
Pero la conversación que tuvo ayer con Benjamín no terminó bien.
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