—Directora Fabiola, ¿no cree usted que la persona a la que más debería agradecer... soy yo? —soltó Joaquín, con una sonrisa torcida.
El ambiente se tensó de inmediato. Nadie supo qué decir, y por un momento, todos parecieron tragarse las palabras.
Petra no intentó detenerlo. Simplemente se levantó, tomó su vaso y lo alzó en dirección al grupo.
—Les deseo a todos que su futuro esté lleno de éxitos y felicidad.
Fabiola sentía un nudo en la garganta. Todavía no podía superar la humillación de la noche anterior, cuando fue a buscar a Joaquín para arreglar las cosas y él la rechazó sin piedad. Ahora, verlo ahí, tan arrogante, incluso delante de Benjamín, le dio ganas de reírse con ironía.
¿De verdad Joaquín creía que tenía ese poder sobre ella?
Si de agradecer se trataba, ella ya tenía claro a quién darle ese reconocimiento.
—El señor Joaquín tiene razón —dijo Fabiola, con una sonrisa forzada—. Es cierto que debo agradecerle… Si no fuera por la relación entre usted y la señorita Calvo, jamás habría conocido a Petra, ni al señor Benjamín.
Hizo una pausa y miró directo a Joaquín.
—Sin duda eligió usted a una excelente novia.
Las palabras de Fabiola hicieron que, a pesar del alcohol, la mirada de Joaquín recobrara claridad. Sentado, con el ceño fruncido, escaneó a todos los presentes. El ambiente aparentaba cordialidad, pero debajo de la superficie se sentía el veneno de las miradas: burla, desdén, y un poco de lástima.
Por unos segundos, el silencio se apoderó de la sala. Benjamín, entonces, levantó su copa y la chocó suavemente con la de Petra.
—También le deseo a la señorita Calvo un futuro brillante y lleno de buenas oportunidades.
El comentario de Benjamín volvió a encender la atmósfera. Rápidamente, las conversaciones y las risas regresaron, como si nada hubiera pasado.
Joaquín, contrariado, levantó su vaso sin ganas y se lo bebió de un trago.
Uno a uno, los asistentes dejaron sus copas y comenzaron a despedirse.
Joaquín permaneció sentado unos minutos más, viendo cómo Petra pasaba a su lado sin mirarlo. Se quedó en silencio, mascullando su enojo. Cuando escuchó la voz de Benjamín hablando con Petra, no pudo soportarlo más y se levantó, ocultando su molestia mientras caminaba tambaleante hacia la puerta.
Había bebido demasiado y el alcohol le jugaba una mala pasada. Tropezó un par de veces, derribando sin querer varias decoraciones del pasillo del hotel, mientras intentaba alcanzarlos.
El ruido de los objetos cayendo llamó la atención de Petra, que arrugó las cejas y estuvo a punto de voltear. Pero Benjamín, tranquilo, le habló con voz firme:
—No te distraigas, mira al frente. Vas a bajar escalones. ¿O quieres que vuelva a salvarte como en la mañana?
Petra se quedó callada.
Por la mañana, casi se había caído por las escaleras, y fue Benjamín quien la sostuvo con fuerza, tanto que casi la hizo chocar contra su pecho. Ella se había distraído, sí, pero no fue intencional.
Ahora, en boca de Benjamín, parecía que todo había sido parte de algún plan suyo.
A veces, Petra tenía ganas de taparle la boca para que dejara de hablar.

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