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La Valiente Transformación de una Esposa Menospreciada romance Capítulo 12

Valentina regresó a la sala de juntas justo un minuto antes de que la reunión comenzara oficialmente. Se había puesto un blazer de lino oscuro que siempre guardaba en el perchero de su oficina para emergencias como esa. La prenda lograba ocultar la mayor parte de la mancha de café, aunque no podía hacer nada por la sutil rigidez de la tela húmeda debajo. Su cabello, que había intentado secar bajo el secador de manos, estaba ligeramente encrespado en las puntas, pero su rostro era una máscara de calma imperturbable. Nadie, al ver su aplomo, podría adivinar el caos y la certeza del sabotaje que bullían en su interior.

—Lamento la demora —dijo con una voz tranquila y uniforme mientras tomaba su lugar en la cabecera de la mesa, frente a la gran pantalla. Su mirada se cruzó brevemente con la de Isabella, quien le ofreció una sonrisita de falsa solidaridad.

Don Ramiro, el patriarca de la familia "Café Divino", un hombre de unos setenta años con manos que parecían esculpidas en madera por décadas de trabajo en el campo y una mirada astuta que no se perdía un solo detalle, asintió con un gesto magnánimo.

—No se preocupe, señorita. Lo importante es que empecemos. El tiempo es oro, y el café no espera.

La presentación comenzó de maravilla. Obligada a trabajar sin sus meticulosas notas impresas, Valentina se apoyó en lo único que Isabella no podía manchar: su memoria fotográfica y la pasión genuina que sentía por el proyecto. Habló con una elocuencia que fluía naturalmente, describiendo la historia del café, la visión de futuro para la marca, el concepto creativo que había llamado "El Alma en Cada Grano". Las primeras diapositivas, llenas de imágenes evocadoras de los paisajes del Eje Cafetero y frases potentes que hablaban de tradición y familia, capturaron de inmediato la atención de los clientes. Don Ramiro, usualmente estoico, incluso sonrió un par de veces, y sus dos hijos, sentados a cada lado como dos pilares, asentían con evidente aprobación. La atmósfera en la sala era de entusiasmo y conexión.

Isabella observaba desde su asiento al lado de Alejandro, y su sonrisa se volvía cada vez más tensa. La calma y la brillantez de Valentina la desconcertaban. ¿Cómo podía estar tan serena después del ataque? Pero no importaba. Sabía que su verdadera trampa, la que no dependía de la elocuencia sino de la fría lógica de los negocios, aún no se había activado.

Y entonces, después de un clímax creativo que dejó a los clientes visiblemente impresionados, llegaron a la sección financiera.

—Y aquí —añadió el segundo hijo, un hombre más práctico y con los pies en la tierra, señalando otra línea en la tabla—, el costo de producción digital y de activaciones de marca parece excesivamente alto para los resultados que proponen. Con estos números, la campaña no es rentable. De hecho, para ser franco, estaríamos perdiendo dinero.

La tensión en la sala se volvió tan espesa que se podía cortar con un cuchillo. Los miembros del equipo de Valentina, que habían estado sonriendo hacía un momento, ahora se miraban unos a otros, pálidos y completamente desconcertados. Sabían que esos no eran los números que habían trabajado. Alejandro se giró lentamente para mirar a Valentina, y su expresión ya no era de desprecio, sino de una furia helada y pública. La estaba haciendo quedar en ridículo frente a un cliente crucial, arriesgando la reputación de su agencia.

La emboscada había funcionado a la perfección. La trampa, silenciosa e invisible, se había cerrado sobre ella.

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