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La Valiente Transformación de una Esposa Menospreciada romance Capítulo 13

Valentina sintió cómo el suelo se abría bajo sus pies, una sensación vertiginosa de caída libre. Su mirada saltó de los números fraudulentos en la pantalla a la inocente memoria USB que descansaba sobre la mesa, y finalmente, al rostro de Isabella. Su rival la miraba con una expresión de falsa compasión, sus cejas ligeramente arqueadas en una muestra de preocupación, pero sus ojos, esos pequeños delatores, bailaban con un júbilo mal disimulado. Lo entendió todo en un instante cegador. El café derramado no era el ataque; era la distracción. La "ayuda" para cargar la presentación había sido el verdadero asalto, el momento en que la serpiente había inyectado su veneno directamente en el corazón del proyecto.

—Debe haber un error en el archivo —dijo Valentina, y su propia voz le sonó extrañamente lejana, como si viniera de otra habitación. Luchó por mantenerla firme, pero un ligero temblor la traicionó—. Esas no son las cifras correctas. Tengo una copia de seguridad en mi computador con las proyecciones reales.

—¿Un error? —la voz de Alejandro retumbó en el silencio tenso de la sala, cada sílaba cargada de una decepción glacial y performática. Se dirigió no solo a ella, sino a toda la sala, como un juez dictando sentencia—. Valentina, estos son los clientes más importantes que hemos tenido en seis meses. ¿Y me dices que vienes a la presentación con un "error" en el archivo? ¿Qué clase de profesionalismo es ese?

La humillación pública era total y devastadora. Sentía las miradas de sus colegas sobre ella. Aquellos que antes la admiraban, que se habían inspirado con su visión hacía solo unos minutos, ahora la miraban con una mezcla de lástima, decepción y vergüenza ajena. El rumor que Isabella había plantado con tanto cuidado sobre su "distracción" y su "incapacidad para manejar la presión" de repente parecía una profecía autocumplida. Estaba atrapada, acusada de una incompetencia que no era suya, sin una forma inmediata de probar el sabotaje. Cualquier intento de acusar a Isabella en ese momento sonaría como una excusa desesperada, como el delirio de una mujer que se desmorona.

—Quizás… quizás si yo continúo con mi propuesta… —empezó a decir Isabella en un tono de falsa modestia, levantando una mano tímidamente, como si le costara un mundo interrumpir. Era el movimiento de una carroñera, lista para reclamar el premio—. Yo también preparé una línea creativa, con un enfoque financiero un poco más… conservador.

Alejandro estaba a punto de darle la palabra. Valentina lo vio en sus ojos: la decisión ya estaba tomada. Iba a sacrificarla allí mismo, a humillar a su esposa por completo cediendo el control a su amante frente a todos. Se sintió acorralada, expuesta bajo las luces fluorescentes de la sala de juntas. El peso de la traición de su esposo, el sabotaje de su rival, la injusticia de la situación y la impotencia de no poder defenderse la aplastaron con una fuerza brutal. Era su momento más bajo, no solo profesionalmente, sino personalmente. Estaba sola, rodeada de enemigos y falsos aliados, a punto de perderlo todo por una mentira que no podía desenmascarar. Por un instante, la idea de rendirse, de simplemente levantarse, salir de esa sala y no volver jamás, fue abrumadoramente tentadora. Sería tan fácil simplemente desaparecer.

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