En toda oficina hay un nodo central de información, un epicentro por el que pasan todos los chismes, rumores y secretos. En Grupo Vega, ese epicentro era Ricardo Mejía, un diseñador gráfico de mediana edad con un talento modesto para el diseño, pero un genio absoluto para la recolección y distribución de información no oficial. Su puesto estaba estratégicamente ubicado cerca de la cafetería, lo que le daba acceso a un flujo constante de conversaciones.
Isabella lo sabía perfectamente. Por eso, esa misma tarde, después de su fallido intento de "colaboración" con Valentina, se acercó al escritorio de Ricardo con dos tintos en la mano y una expresión de profunda preocupación en el rostro.
—Hola, Ricardito. ¿Mucho camello? —dijo, su voz cargada de una falsa empatía mientras le ofrecía uno de los vasos.
Ricardo levantó la vista de su pantalla, sus ojos pequeños y curiosos brillando de interés. Una visita de Isabella siempre era señal de que algo interesante estaba por suceder.
—Isa, qué detalle. Pues, ya sabes, aquí dándole. ¿Y tú? Te vi muy concentrada en la reunión.
Isabella suspiró, un suspiro largo y dramático. Se apoyó en el borde de su escritorio, asegurándose de que un par de personas más pudieran oírlos.
—Ay, ni me digas. Estoy tan preocupada, de verdad.
—¿Preocupada? ¿Pero por qué? Si la cuenta de "Café Divino" es un hit seguro —dijo Ricardo, tomando un sorbo de café y preparándose para recibir la primicia.
—Pobrecita —continuó Isabella, dándole el toque final—. Espero que pueda manejar un proyecto tan grande como "Café Divino". Con lo importante que es para Alejo… sería terrible que algo saliera mal porque ella no está en su mejor momento. En fin, no me hagas caso, son ideas mías.
Le dio una palmadita en el hombro a Ricardo y se fue, dejándolo con la cabeza llena de nuevas y jugosas especulaciones. Ricardo miró a través del espacio abierto de la oficina hacia el cubículo de cristal de Valentina. La vio concentrada en su computador, con el ceño ligeramente fruncido. Antes, habría interpretado esa expresión como la de una profesional dedicada. Ahora, gracias al veneno que Isabella acababa de inocularle, la veía como una señal de estrés, de fragilidad, de una mujer a punto de quebrarse.
El rumor no tardó ni media hora en empezar a serpentear por los pasillos de la agencia. No era un chisme malintencionado, era una "preocupación" colectiva por el bienestar de Valentina, lo cual lo hacía mucho más peligroso y difícil de combatir. La serpiente había dado su primera mordida, y el veneno ya empezaba a hacer efecto.

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