Cuando salieron del centro comercial, se dirigieron al hospital. Al llegar, Damián se bajó del auto y sacó del maletero todo tipo de paquetes. Luego, miró a Josefina, que estaba de pie a un costado con la mirada perdida y dijo con impaciencia:
—Vamos. —Solo entonces la joven volvió en sí y lo siguió para entrar al hospital—. ¿Estás nerviosa? —Había detectado que la expresión de la chica no era tan relajada como antes. Sin embargo, ella lo negó con terquedad.
—Para nada. Ni un poco. —Claro que también se estaba mintiendo a sí misma: a pesar de haber tenido una relación antes, no había llegado a conocer a la familia de su compañero. Sin mencionar que la persona a la que estaba por conocer era el eminente señor Rosales y que era la primera vez que tenía un evento tan importante. Mientras subían en el ascensor, no puedo evitar preguntar—: Señor Rosales, ¿su abuelo es despiadado?
—No. —Vaciló un momento y añadió—: Y llámame Dami.
—¿Eh?
—Le dije a mi abuelo que eres mi novia hace dos años.
Josefina comprendió lo que le estaba pidiendo. Una pareja que llevaba dos años de relación no podía tutearse.
—Claro, Dami. —Dijo su nombre con espontaneidad. De repente, tuvo una idea malvada—: Señor Rosales, usted tiene cuatro años más que yo. La gente dice que una diferencia de edad de más de tres años se puede considerar amplia. Ya que hay una amplia diferencia de edad entre nosotros, ¿qué le parece si lo llamo por un apodo más cariñoso? —Pudo sentir cómo la mirada de Damián se enfriaba en ese mismo momento.
—Olvídalo —repuso él. Entonces, el ascensor se detuvo en el segundo piso y salió de inmediato dejando a Josefina aturdida. «Es solo un apodo, ¿por qué se enoja tanto? Uf, de veras es complicado estar al lado de un hombre superior. ¡Qué fastidio!», pensó ella.
Al llegar a la puerta de la habitación, Damián se detuvo para esperarla y la tomó de la mano con confianza. El cuerpo de la joven se tensó. Cuando abrieron la puerta y entraron, vieron a Enrique Rosales en el balcón, jugando al ajedrez. Al verlos llegar, se puso de pie enseguida.
—Hola, Damián. —Entonces, su mirada se posó sobre Josefina. La noche anterior, su nieto le había dicho que habían registrado su matrimonio—. Tú debes ser Jose —expresó con una cálida sonrisa.
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