—¿Encontrar a alguien? ¿A quién buscas? —preguntó Ofelia, con una mezcla de curiosidad y extrañeza en el rostro.
—A la hija de una condenada a muerte —explicó Fiona—. Esa mujer me salvó la vida en la cárcel. Le ofrecí devolverle el favor, y me pidió que, al salir, cuidara de su hija.
—¿Cómo se llama la niña? ¿Cuántos años tiene? —indagó Ofelia con cautela.
—Silvia Ríos, seis años.
La voz de Fiona era apenas un susurro, pero su semblante había mejorado un poco.
—De acuerdo, redactaré el acuerdo de divorcio lo antes posible —dijo Ofelia, acomodándole la manta con delicadeza—. En cuanto a la niña, pondré a gente a buscarla. Puede que no haya pistas de inmediato, pero en cuanto sepa algo, te lo haré saber.
—Gracias, Ofelia...
Una sonrisa tenue y forzada se dibujó en los labios de Fiona. Al ver su rostro pálido detrás de esa sonrisa, Ofelia no pudo ocultar su preocupación.
—Lo más importante ahora es que te recuperes —le dijo, dándole una palmada suave en el dorso de la mano—. Deja todo lo demás a un lado, especialmente lo de Esteban y Pedro.
Al oír esos nombres, la cálida sonrisa de Fiona se congeló. Como ella no respondía, Ofelia continuó:
—La verdad es que, si Esteban y Pedro no hubieran actuado tan rápido, testificando a favor de esa mujer sin siquiera revisar las cámaras, probablemente no habrías terminado en la cárcel, y ahora no estarías en esta situación tan difícil...
Ofelia no terminó la frase. Sus palabras, aunque no dichas, estaban cargadas de compasión por el sufrimiento que su amiga había soportado.
Fiona, sin embargo, esbozó otra sonrisa y no dijo nada. Ya lo había pensado todo mucho antes de salir de la cárcel y enfrentarse a ellos. Incluso si hubieran encontrado las grabaciones, incluso si hubieran demostrado su inocencia, estaba segura de que Esteban y Pedro habrían hecho como que no veían nada, buscando a un chivo expiatorio. Al final, el resultado probablemente habría sido el mismo.
Había vuelto a nacer, por así decirlo. Recordar el pasado ya no tenía sentido.
—Fiona... —la llamó Ofelia en voz baja.
—Señorita Santana, efectivamente, sus leones protectores fueron encontrados frente a la casa de la señorita Morales. Como son demasiado grandes para moverlos, le pedimos que verifique estas fotografías para confirmar si son los suyos.
El policía le entregó las fotos. Fiona frunció el ceño. Eran sus leones, sin duda.
—Sí, son los míos.
—Fiona, ya le regalé esos leones a Bianca, no hay ningún robo. Deja de armar escándalos y explícale todo al oficial ahora mismo.
La voz grave y áspera de Esteban resonó a sus espaldas. Se dio la vuelta y se encontró con su rostro sombrío.
—¡Papá tiene razón! —intervino Pedro, su pequeño rostro también endurecido—. Papá se los regaló a Bianca personalmente. Además, eran de nuestra casa, ¿cómo va a ser un robo?
...

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