Los empleados trajeron la comida y la sirvieron en la mesa.
Adela se sentó junto a Johana y, con una sonrisa, le dijo:
—Joha, tu madre va a quedarse unos días en la Casa de la Serenidad. No creo que tengas ningún problema, ¿verdad?
Johana, que estaba acomodando los cubiertos, levantó la mirada de inmediato hacia Adela.
—Por supuesto que no hay problema, mamá. Quédate el tiempo que quieras.
Apenas Johana estuvo de acuerdo, Adela se iluminó de alegría. Al volverse hacia Ariel, notó su expresión seria y, sin pensarlo mucho, soltó:
—Ariel, no me mires así. Aunque tengas alguna queja, no te va a servir de nada.
Sin darle oportunidad de respuesta, Adela insistió:
—De ahora en adelante, cuando salgas del trabajo te vienes directo a casa a cenar. Nada de andar de vago por ahí.
Aunque había dicho que solo se quedaría una temporada, la verdadera razón de Adela era vigilar a Ariel.
Ya tenía el plan bien armado: pensaba quedarse hasta que Johana quedara embarazada.
No creía posible que Maite pudiera ganarle en terquedad.
Ariel, levantando la cabeza con desgano, replicó:
—¿Y entonces quién va a ganar el dinero? ¿O ya no te hace falta para tus gastos?
—¿Qué persona decente anda en la calle trabajando hasta tan tarde? No busques pretextos y regresa a casa, punto —zanjó Adela, sin dejar espacio para protestas.
Adela era terca y mandona. Ariel, cansado de discutir, ya ni siquiera se molestaba en responderle.
En cuanto salía por esa puerta, ¿quién iba a tener control sobre él?
Johana, al ver el ambiente tenso, miró a Ariel con preocupación.
Mientras este matrimonio no terminara, la vida de Ariel no iba a ser nada sencilla.
Después de cenar, la pareja se quedó un rato con Adela en la sala. Cuando ya era tarde, Adela los mandó a descansar y, para asegurarse, los acompañó a la habitación antes de retirarse.
El aroma a tabaco llenaba la habitación. Johana se sentía incómoda quedándose ahí, pero tampoco se atrevía a salir, temiendo que Adela la sorprendiera.
Ella no era tan hábil como Daniela para inventar excusas.
Por su parte, Ariel se comportaba como si estuviera solo en la habitación, ocupado en lo suyo: fumar, contestar llamadas, encender la computadora… siempre encontraba algo para mantenerse ocupado.
Johana, atrapada en ese ambiente, entendió que seguir así no tenía sentido. Lo miró y, con voz baja pero decidida, dijo:
—Vi en las noticias que ahora ya no hace falta la credencial para tramitar el divorcio. ¿Por qué no vamos a arreglar eso ya? Luego le avisamos a nuestros papás.
Esa nueva regla había salido apenas en estos días.
Cuando Johana se enteró, sintió que le quitaban una gran carga de encima. Ahora, con que Ariel estuviera de acuerdo, podrían divorciarse sin tener que pedir la aprobación de sus familias.
Ariel, al escucharla, levantó la mirada y la observó detenidamente.
Después de unos segundos de silencio, le soltó con una sonrisa despreocupada:
—¿Tan apurada estás por divorciarte? ¿Acaso ya andas saliendo con alguien más?
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces