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No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 117

Apenas terminó de hablar, ella abrazó sus cremas y se fue.

Cuando la puerta del cuarto se cerró, Ariel se giró hacia la ventana que daba al patio, se frotó las sienes y soltó un suspiro cansado.

En los días siguientes, Ariel mantuvo la costumbre de regresar a casa a tiempo, pero ambos, tanto él como Johana, salían temprano y volvían tarde. Johana ya se había mudado de nuevo al departamento de al lado, así que casi nunca coincidían.

Llegó el fin de semana y, mientras Ariel se quedaba en la oficina haciendo horas extra, Johana también andaba ocupada con sus propios asuntos.

En la oficina, Ariel revisaba unos documentos en su escritorio, mientras Maite estaba sentada con toda confianza en el brazo de su silla.

No era que estuvieran muy juntos, pero el ambiente entre los dos dejaba en claro cierta complicidad.

Después de revisar los papeles, Ariel habló sin mostrar emoción:

—El asunto con Hugo parece que no tendrá mayor problema, pero seguro no va a cerrar trato con Soluciones Byte. Así que cuando llegue el momento, firma un acuerdo de terceros con Teodoro, y manejen todo a nombre de Nueva Miramar. Así queda todo resuelto.

Maite, sentada en el apoyabrazos, esbozó una sonrisa coqueta:

—Perfecto, haré lo que digas, Ariel.

Y es que, si Ariel no hubiera intervenido, Hugo ni siquiera se habría dignado a verla, y mucho menos habrían tenido esperanza de negociar.

Justo cuando Maite iba a cambiar de tema, el celular de Ariel empezó a sonar.

Revisó la pantalla: era Raúl quien lo llamaba.

Ariel contestó y pronto la voz de Raúl, con ese tono desenfadado que lo caracterizaba, se escuchó al otro lado:

—Ariel, adivina a quién me acabo de topar mientras acompañaba a un amigo a ver lo de una casa.

Ariel, sin mucho interés, preguntó:

—¿A quién viste?

En ese momento, Raúl miró hacia la recepción de la inmobiliaria, donde Johana hojeaba unos folletos, revisando la información de las casas en la pared. Entonces, con calma soltó:

—A Joha. Parece que anda viendo casas, creo que quiere comprar una.

Apenas escuchó eso, la mirada de Ariel se endureció.

Respondió con un simple:

Al reaccionar y ver que Ariel no tenía intención de ceder, se encogió de hombros y, con una sonrisa resignada, replicó:

—Bueno, será la próxima vez.

Ariel ni se molestó en responder, siguió enfocado en su computadora, tecleando sin mirarla.

...

Mientras tanto, en la inmobiliaria, Johana terminó de informarse sobre las opciones y decidió regresar a la casa para visitar a su abuelo.

No le había contado nada sobre la idea de comprar su propio lugar.

Sabía que el abuelo era ya mayor y no quería angustiarlo con detalles sobre su relación con Ariel y sus problemas. Total, solo iba a preocuparlo sin necesidad.

Ese día, el abuelo tenía compañía, un amigo con quien jugaba ajedrez. Johana se acomodó a un lado, apoyando la cara entre las manos, y observó en silencio cómo los dos viejitos se sumergían en la partida.

A eso de las cinco, cuando el sol todavía iluminaba el jardín, el celular de Johana vibró.

Sacó el teléfono del bolsillo y, al ver que era Ariel, se levantó para contestar en privado.

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