Ariel estaba bajo una presión enorme, y Johana sentía que ya no podía más.
Cada noche, ella se caía del sofá varias veces. En muchas ocasiones, Ariel también se despertaba.
Sabía perfectamente que ella se había caído.
Pero él solo la miraba con esa indiferencia cortante, sin molestarse en preguntarle si estaba bien.
Ella tampoco lo enfrentaba ni le reclamaba que fingía dormir.
Llegar a ese punto como pareja… era increíble.
No fue hasta que Marisela regresó de un viaje de trabajo y la invitó a comer, que Johana al fin pudo tomar un respiro.
Le contó un poco de cómo iban las cosas con Ariel. Marisela, con tono de reproche, soltó:
—Desde el principio te dije que Ariel no era para ti, que no te metieras con él, y tú ni caso me hiciste. Ahora te tocó sufrir, ¿ves?
—Dime, ¿no habría sido mejor que te quedaras con Néstor?
Johana escuchó las palabras de su amiga y sonrió con tristeza.
—Uno solo aprende cuando se da de cabeza contra la pared, hasta que duele, hasta que no le queda de otra que mirar atrás.
Recordó aquella vez: Ariel no solo la sacó de entre las llamas arriesgando todo, también la ayudó a escaparse de clases, a brincar las bardas, la llevó a conciertos, a jugar billar.
Hizo con ella tantas cosas que nunca se atrevió a intentar sola, cosas que ni siquiera se le habrían ocurrido.
Todos los momentos bellos de su juventud, todos los recuerdos más vivos, estaban ligados a Ariel.
¿Cómo no iba a enamorarse de alguien así?
Ella pensó… que él también la quería.
Por eso, cuando el abuelo le preguntó si prefería a Néstor o a Ariel, ella eligió a Ariel sin dudar.
Al recordar eso, Johana continuó hablando:
—Y además, le tenía miedo a Néstor. Desde chiquita me daba miedo, era más serio que mi papá. Cada vez que lo veía, me las ingeniaba para mantenerme lejos.
Johana se sentía derrotada, pero Marisela arremetió:
Después de comer, Marisela llevó a Johana a un bar.
Mientras Marisela saludaba con entusiasmo a sus amigos, Johana le preguntó con desconfianza:
—¿Esto es lo que tú llamas “distracción”? ¿Así piensas que me voy a relajar?
Marisela levantó la ceja y respondió:
—Claro, ¿no que a Ariel le encanta salir y no volver a casa? Pues tú también sal, no regreses hoy, a ver si le gusta.
—...
Johana soltó una risa incrédula.
—Me sobreestimas. Ni le importo tanto como crees.
Marisela la jaló para que se sentara con ella, y le sirvió un vaso de jugo.
—Déjate de pensamientos tristes. Tienes que sacar a Ariel de tu cabeza, de lo contrario, me preocupa que termines deprimida.
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