Al escuchar la pregunta de Marisela, Johana se detuvo en seco. Su mano, que ya estaba sobre la manija de la puerta, quedó paralizada por un instante.
Dentro de la habitación, Ariel vio que Marisela seguía insistiendo sin dejarlo en paz. Agarrándola del brazo, la jaló hacia la salida.
—Ve a jugar a otro lado.
Pero Marisela se aferró con fuerza al librero, negándose a salir.
—No me voy —soltó—. Hoy quiero que Johana aclare las cosas de una vez. Ariel, ¿qué onda contigo? ¿Te gusta Johana o no? Dilo claro de una vez.
La actitud terca de Marisela provocó en Ariel una mezcla de fastidio y diversión.
Al final, soltó su brazo.
Marisela, al verse libre, soltó el librero, se acomodó la ropa y, mirando a Ariel con desdén, le dijo:
—Ya estás grande, no me salgas con que te da pena. Cuando andabas de fiesta y parranda, no te daba vergüenza.
Ariel frunció ligeramente el ceño, mirándola con indiferencia.
—¿Cuándo he andado de fiesta y parranda?
Marisela no se quedó callada.
—¡Vaya! Ahora resulta que te haces el digno.
Luego prosiguió:
—Ariel, mira, no te voy a preguntar más. No quiero ponerte en aprietos. Solo dime una cosa: llevas tres años haciendo como que Johana no existe, dándole la ley del hielo, ¿en verdad quieres que ella sea la que pida el divorcio?
Ariel no pudo evitar reírse por el análisis de Marisela. Le resultaba tan absurda la situación que no pudo contenerse.
Después de reír, se acercó al mueble junto a la ventana, tomó una cajetilla de cigarros y un encendedor del estante, sacó un cigarro, se lo puso en los labios y lo encendió con tranquilidad.
Dio una calada profunda, exhaló el humo formando un aro y, girándose, miró a Marisela divertido.
—¿Tú crees que, si quisiera divorciarme, tendría que esperar a que Johana lo pida? ¿O aguantarme tres años?
Marisela lo miró con desconfianza.
—Entonces, ¿quieres decir que cuando te casaste con Johana, no fue porque el abuelo te obligó?
Ariel soltó una carcajada.
—Marisela, llevas veintitrés años de conocerme. ¿Quién crees que pueda obligarme a hacer algo?
Marisela le lanzó una mirada de fastidio.
—Si es así, ¿por qué tratas tan mal a Johana? ¿Por qué no puedes ser bueno con ella? Te lo digo sin filtro: aunque seas medio vago, no eres ningún tonto. Si ya te casaste con Johana, deberías cuidar su reputación. Eres de los que quieren todo: tener la esposa en casa y andar con otras afuera.
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