—Señor Ariel —llamó Johana, y Ariel levantó la mirada al instante.
Pero… ahora estaba con Maite. Si no le decía "señor Ariel", tampoco sabía cómo llamarlo.
Fermín, al ver que Johana se preparaba para marcharse, la acompañó amablemente hasta los escalones.
Al llegar al carro de Hugo, Johana se giró para agradecerle a Fermín la hospitalidad de la noche.
Fermín le estrechó la mano con suavidad, despidiéndose con cortesía. Después, con la misma amabilidad, le abrió la puerta del carro.
Cuando Johana se inclinó para subir, él se esmeró en protegerle la cabeza, cuidando que no se golpeara.
Durante toda la noche, Fermín había ayudado al abuelo a despedir a los invitados, pero solo acompañó a Johana hasta el pie de los escalones y solo a ella le abrió el carro.
A los demás, simplemente les dio la mano en la puerta y se despidió.
En cuanto terminó de despedir a Johana, llegó el carro de Ariel.
Fermín lo despidió con una firmeza afectuosa, estrechándole la mano y, con la otra, dándole una palmada en el brazo.
—Ariel, nos vemos pronto. Ojalá la próxima vez pueda conocer a tu esposa.
Luego, le dio un apretón de manos a Maite.
—Señorita Carrasco, hasta luego.
—Señor Fermín, hasta luego —respondió Maite con una sonrisa cordial.
Vio cómo Ariel y Maite subían al carro, y Fermín volvió para seguir ayudando al abuelo a despedir a los otros invitados.
...
Ya pasaban de las once cuando Johana regresó a casa. Justo al entrar, vio a Ariel salir de la recámara principal.
Al notar que Ariel ya estaba en casa, Johana saludó con naturalidad:
—Ya volviste.
Ariel la miró de manera tranquila y preguntó:
—¿Tú también conoces a Gerardo?
—El señor Gerardo es el asesor técnico de Avanzada Cibernética. El señor Hugo me llevó a conocerlo hace poco —respondió Johana.
Con eso, Ariel lo entendió todo.
Bajando la mirada hacia Johana, agregó:
Desde aquella vez que le preguntó a Ariel si le gustaba, Johana se había vuelto aún más distante y educada con él, hablando cada vez menos.
El trayecto transcurrió en silencio. Johana, apoyada en la ventanilla, miraba el paisaje sin moverse, con expresión serena, ajena a cualquier tormenta interna.
De vez en cuando, Ariel la observaba por el espejo retrovisor. Al verla tan callada e imperturbable, le vinieron a la mente muchos recuerdos: la imagen de Johana jugando ajedrez en silencio, la calma que siempre transmitía.
No tardaron mucho en llegar al estacionamiento del área de hospitalización. Ambos bajaron del carro, uno después del otro.
Mientras caminaban juntos hacia el elevador, Ariel extendió la mano para tomar la de Johana de manera instintiva, pero ella, sin pensarlo, la retiró y cruzó los brazos sobre el pecho.
La postura de Johana era claramente defensiva.
Hace no mucho, cuando nadie sabía de su divorcio y ella quería mantenerlo en secreto, si Ariel necesitaba aparentar, ella le seguía el juego.
Pero ahora todo estaba dicho.
Ya no hacía falta fingir.
Y la verdad, Johana ya no soportaba que Ariel se le acercara. No le gustaba sentir su contacto, ni siquiera que la tomara de la mano.
Cuando Johana apartó la mano de golpe, Ariel se volvió para mirarla. Ella se protegía, guardando las manos cerca del pecho, llena de reservas.
Ariel se quedó mirándola un buen rato, con la mano extendida en el aire, sin atreverse a retirarla de inmediato.

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