No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 23

Hacer que lo echen a patadas de la familia Paredes, eso sí que no iba a pasar, pero que el viejo le pidiera a Johana repartirle la mitad de los bienes, eso sí se podía conseguir.

Que así, sin razón alguna, le quitaran la mitad de sus cosas, Ariel no lo aceptaría jamás.

Además, ni su relación con Johana valía tanto.

A diferencia de Ariel, Raúl no se giró; seguía apoyado contra la baranda, con ambas manos recargadas en ella, solo volteó un poco la cara para mirar a Ariel y le soltó:

—Entonces, ¿no quieres repartirle nada a Johana? Y así, atorándola en este matrimonio, ¿no crees que es injusto para ella?

Ariel sonrió con desdén:

—¿Injusto? Pues cada quien elige su camino. Yo solo no cumplo la promesa que el viejo le hizo. Aparte dime, Raúl, si yo le diera la mitad de todo lo que tengo, ¿en verdad crees que Johana lo merece?

Casarse, divorciarse… Johana creía que la vida era así de fácil.

Raúl lo miró de frente:

—Joha no es tan ambiciosa, la verdad. Si ya no hay amor, mejor que todo termine en paz. No se hagan más daño. Hablen los dos y acuerden bien los detalles del divorcio.

Ariel soltó el humo del cigarro, formando círculos que flotaban despacio. No dijo nada enseguida.

A pesar de saber el secreto de Johana, nunca había pensado en divorciarse.

En parte, Raúl tenía razón: Johana le había resultado bastante útil.

Si ella quería seguir actuando, él no se cansaría de jugar el mismo papel.

Ariel guardó silencio. Raúl no se quedó quieto y volvió a preguntar:

—¿Todavía no tienes claro lo que quieres? ¿O es que, después de pensarlo todo este tiempo, ya no ves tan mal a Johana?

Ariel soltó una carcajada:

—¿Qué? ¿Ahora quieres hacerla de celestino?

Sacudió la ceniza del cigarro y, aferrado a su orgullo, le respondió:

—Ella no es mi tipo. Mejor tú y Noé dejen de meterse donde no los llaman.

[Seguro se creyó de verdad la promesa del viejo.]

[Si no acepto el acuerdo, se calma sola.]

[¿Tú crees que Johana lo vale?]

[Ella no es mi tipo.]

En el balcón, tanto Ariel como Raúl se giraron de inmediato.

Pensaban que estaban solos, pero detrás de las plantas y arbustos, alguien más había estado ahí todo el tiempo.

Raúl apagó el cigarro, mirando hacia el lugar de donde venía el ruido:

—¿Quién anda ahí? ¿Te divierte tanto escuchar conversaciones ajenas?

La voz de Raúl retumbó y Johana supo que ya no podía ocultarse.

No era su intención espiar; simplemente, cuando terminó la llamada y quiso irse, ellos llegaron y empezaron a hablar de ella.

Para salir del balcón, tenía que pasar justo delante de ellos. Por eso había decidido esperar a que se fueran, pero se le olvidó poner el celular en silencio.

Apretando el celular en la mano, Johana se armó de valor y dio un paso adelante.

La noche era oscura y densa.

Cuando Raúl vio que era Johana quien salía, se despegó de la baranda y se puso derecho al instante, sorprendido:

—¡Joha!

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