—Gracias por el regalo que trajiste —dijo Johana, mirando a Ariel con cortesía.
Desde que Ariel había entrado, Johana no había dejado de buscar temas para platicar, intentando que el ambiente no se pusiera raro. Ariel, por su parte, le comentó:
—Ábrelo, quiero ver si te gusta.
Como Ariel era el invitado, Johana sintió que debía acompañarlo y decidió hacerle caso. Desató con calma la cinta del pequeño y elegante estuche.
Dentro había un collar de diamantes, tan bonito que por un segundo le cortó la respiración.
Solo con verlo, Johana supo que costaba más de un millón de pesos, incluso podría alcanzar los dos millones. Antes de casarse, Ariel solía regalarle cosas caras en cada cumpleaños o fiesta importante. Pero desde que se casaron, eso se había acabado.
Sostuvo el collar en las manos y, con una media sonrisa, comentó:
—Está precioso, gracias.
Como Ariel ya se lo había dado, Johana no quiso rechazarlo ni armar una escena incómoda.
Ariel, viéndola tan tranquila, tomó el collar y, mirándola directo al cuello, soltó:
—Déjame ponértelo.
—No hace falta, tampoco es que vaya a ir a algún evento —respondió Johana, pero Ariel ya la había girado suavemente, dejándola de espaldas para ayudarle a colocarlo.
Ese día, Johana llevaba puesto un vestido blanco. El collar resaltaba con el tono de su piel y la tela, como si el regalo hubiera sido planeado para ese look.
Sintió el frío del metal en el cuello y, casi por instinto, llevó la mano a la joya. Giró el rostro para mirar a Ariel y, con educación, le repitió:
—Gracias.
Apenas terminó de agradecer, Ariel, sin apuro alguno, la envolvió con sus brazos por la espalda y recargó la cabeza en su hombro.
Johana se quedó quieta, sorprendida. Sujetó la muñeca de Ariel, tratando de apartarlo, pero él susurró en su oído, suave y bajo:
—Te extrañé todo el día. Estuve esperándote más de dos horas afuera. Déjame abrazarte un rato.
Al escuchar eso, Johana aflojó un poco la mano. Ariel tenía esa manera de hablar, tan suave, tan directa. Decía que la extrañaba y ella no podía evitar recordar el pasado: la vez que él se lanzó sin pensarlo a un incendio solo para sacarla, la cicatriz que le quedó en la espalda por haberla salvado.
Por más decidida que estuviera a divorciarse, por más cansada que se sintiera, nunca quiso acabar de mala manera.
Siempre había esperado que todo terminara con algo de dignidad.
Aún con las manos en la muñeca de Ariel, Johana giró la cara y le dijo en voz baja:
—Ariel, tengo trabajo pendiente. Necesito preparar mi presentación.
Pero Ariel, lejos de soltarla, la apretó más fuerte.
Le besó la oreja con suavidad, mordisqueando apenas el lóbulo.
—Solo un rato, déjame abrazarte —susurró.
—Ah... —sin querer, a Johana se le escapó un gemido, las piernas le temblaron y apartó el rostro.
Lo miró de reojo y, apretando su mano, rogó:
—De verdad, tengo que ponerme a escribir el informe. Mejor vete.
Se levantó y se fue directo a la oficina.
Encendió la computadora, pero en su mente solo giraban recuerdos de lo que había pasado con Ariel. Él no había forzado nada, pero todo el tiempo estuvo atento a ella, siguiendo su ritmo.
Jamás habría imaginado que Ariel insistiría así, una y otra vez.
De pronto, la voz de Ariel se escuchó desde la sala.
—Joha, ¿me prestas el baño? Quiero darme una ducha.
Johana ni lo oyó. Estaba perdida en sus pensamientos.
Unos minutos después, cuando por fin logró concentrarse y empezaba a escribir el informe, Ariel apareció.
Como no tenía ropa ahí, andaba solo con una toalla blanca atada a la cintura, el torso desnudo.
Antes de que se acercara más, Johana lo detuvo:
—Ariel, justo ahora tengo ideas frescas. No vengas a distraerme.
Ariel se acercó igual, la besó rápido y la cargó, sentándola en sus piernas.
—Escribe tranquila, te prometo que no te molesto.

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