Hoy era el cumpleaños de Lorena. Ariel, tras ver a Johana marcharse, se quedó con la mirada apagada.
Se quedó un buen rato contemplando el edificio, hasta que por fin se dio la vuelta y se apoyó en su carro. Sacó de la bolsa una cajetilla de cigarrillos junto con el encendedor, y se prendió uno.
Después de quedarse un momento abajo del departamento de Johana, Ariel subió a su carro y se fue directo al malecón junto al río.
No pasó mucho tiempo antes de que Raúl llegara cargando una bolsa de cervezas.
Al ver a Ariel recargado, con esa actitud desganada y los brazos apoyados en la reja de metal, Raúl soltó:
—Mira nada más, te casas y el que termina sufriendo soy yo. Ya hasta me volví tu consejero sentimental. Mejor dame ese carro nuevo que tienes en la cochera, ¿no?
Ariel le echó una mirada de esas que no dicen nada, abrió la bolsa, sacó una lata de cerveza, la destapó y se la llevó a la boca, dándole un buen trago.
El viento fresco, que venía con fuerza desde el río, les revolvía el cabello y la ropa. El ambiente tenía ese algo que despeja la mente.
Raúl ni siquiera necesitaba preguntar para saber lo que había pasado.
Abrió una lata de refresco, se la tomó hasta la mitad de un solo trago, y luego, apoyando el brazo en la reja, volteó hacia Ariel:
—¿Por qué no mejor se separan? La verdad, llevo tres años viendo a Joha en ese plan y no se le ve bien.
—Igual y si se divorcian, con el tiempo se le baja la guardia y hasta podrían arreglarse.
Ariel le dio otro trago a la cerveza y, con una sonrisa que no llegaba a los ojos, respondió:
—Si nos separamos, lo más seguro es que no volvamos a vernos nunca.
Antes de que Raúl pudiera rebatirle, Ariel agregó:
—Déjame pensarlo un poco más.
Pensando en sus propios errores, Ariel no pudo evitar preguntarse en qué momento se perdió. Johana había llegado a ser subdirectora, trabajaba con seriedad y profesionalismo, y aun así él había pensado que tenía otras intenciones.
A un lado, Raúl comentó:
—Bueno, tampoco es como si esta separación fuera injusta, ya te lo había dicho varias veces… ahora sí que cosechaste lo que sembraste.
Ariel le lanzó una mirada de fastidio, y Raúl de inmediato se llevó un dedo a los labios, haciéndole señas de que ya no diría nada más.
—Mamá, la verdad estos días he estado con mucho trabajo, la próxima semana tengo que ir a la escuela a dar una charla para los estudiantes. Puede que no me dé tiempo de ir.
Adela, al escucharla, no quiso insistir demasiado:
—Bueno, entonces espera a ver cómo te va el sábado. Igual y puedes escaparte un rato para comer con nosotros.
—El sábado te aviso, mamá, —contestó Johana.
Después de eso, Adela le preguntó por otras cosas de su vida diaria, platicaron un rato más y luego colgó.
Llegó el sábado por la mañana. Johana estaba en la oficina revisando datos, cuando de repente su celular, dejado a un lado del mouse, empezó a sonar.
Sin mirar el número, contestó:
—¿Hola?
Apenas terminó de hablar, escuchó la voz de Ariel, con ese tono neutral que a veces usaba:
—¿Ya borraste mi número o qué?

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