Después de haber pasado toda la noche afuera, cuando al fin entraron al edificio, todavía había dos parejas más delante de ellos, esperando su turno para hacer el trámite.
Cuando les tocó pasar, la funcionaria les preguntó:
—¿Vienen por decisión propia a divorciarse?
Johana, sin dudarlo, respondió que sí, y entregó tanto el acuerdo como su identificación.
Ariel, por su parte, simplemente aventó su identificación sobre la mesa, sin miramientos.
Como la documentación estaba completa y no había conflictos ni asuntos pendientes, la funcionaria procesó rápido su solicitud y les explicó:
—Cuando termine el periodo de reflexión, tienen treinta días para venir a firmar el acta final. Deben venir juntos.
Mientras escuchaba las indicaciones, Ariel recogió su identificación con una expresión impasible, se dio la vuelta y se encaminó directo hacia la salida.
Johana, viendo la escena, le agradeció a la funcionaria con cortesía y salió sujetando su propia identificación.
El sol ardía sin piedad.
Ariel se detuvo justo en la entrada. Johana le dijo:
—No te preocupes, ve a hacer tus cosas. Yo pido un carro para regresar a la oficina.
Ariel se giró para mirarla, bajando la mirada hacia ella, y soltó con voz seca:
—Johana, después de tantos años, si ahora te pones tan distante, es que ya no queda nada.
¿Distante ella?
Lo miró de frente, aguantando la mirada unos instantes. Al final, decidió no discutir. Solo lo observó en silencio unos segundos más.
La mirada profunda y transparente de Johana hizo que Ariel suavizara un poco su actitud.
—Voy por el carro, te llevo.
Johana respondió con un simple “ajá”, sin agregar más.
Poco después, Ariel llegó con el carro. Johana subió al asiento de copiloto.
Mientras arrancaban, el ambiente dentro del vehículo se sentía pesado, casi irrespirable.
Johana miraba fijamente hacia el frente, aunque de vez en cuando, de reojo, veía a Ariel; el gesto de él era tenso, sus rasgos duros.
Con la mano izquierda en el volante, Ariel tomó de la guantera una cajetilla de cigarros y un encendedor. Pero al notar la presencia de Johana, soltó un chasquido y devolvió ambas cosas a su sitio.
En ese momento, Johana rompió el silencio:
—El periodo de reflexión dura treinta días. Cuando pase ese tiempo...
No alcanzó a terminar la frase porque Ariel le interrumpió con voz baja y tajante:
—Johana, si hoy vine contigo, también estaré aquí en treinta días. No te haré perder el tiempo.
El tono cortante de Ariel hizo que Johana guardara silencio. Se giró suavemente y se quedó mirando por la ventana.
Al llegar a un semáforo, ella habló de nuevo:
—Quiero pasar por mi departamento. Llévame, por favor.
Ariel no contestó. Solo la llevó de regreso y, en cuanto Johana bajó, pisó el acelerador y se marchó sin mirar atrás.
Ya en casa, Johana se dio un baño, se cambió de ropa y salió manejando su propio carro hacia la empresa.
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