—Johana, soy hombre, deberías confiar en el ojo que tiene un hombre para juzgar a otro —comentó Bruno, con tono serio.
Johana sonrió de lado y respondió:
—Eso que dices ni al caso. Está bien que me lo digas a mí, pero ni se te ocurra andar contando esas cosas por ahí, ¿eh? No quiero convertirme en el chisme de todos.
Haberse casado con Ariel la había hecho objeto de burlas durante tres años. Ya no quería volver a pasar por eso. No más miradas llenas de lástima ni comentarios a sus espaldas.
Además, ni siquiera sentía que tuviera el carisma suficiente como para llamar la atención de alguien como Fermín.
Al notar la inseguridad de Johana, Bruno le propuso:
—¿De verdad no me crees? ¿Qué te parece si apostamos algo?
Johana soltó una carcajada y le contestó:
—Ariel también decía que el señor Hugo estaba enamorado de mí.
—El señor Hugo no es como los demás —explicó Bruno con una sonrisa—. Ese hombre no entiende nada de esas cosas. Para él solo existen dos tipos de personas: los que saben de tecnología y los que no.
—Ya, mejor cambiemos de tema —dijo Johana, desviando la conversación.
Después de un rato platicando, Johana le pidió a Bruno que la llevara de regreso a la casa.
Tenía que ver al abuelo.
...
Al llegar a casa, Johana le contó al abuelo que ella y Ariel ya habían iniciado los trámites para terminar su matrimonio. El abuelo, apoyado en su bastón, guardó silencio con el ceño fruncido. No se veía nada contento; de hecho, parecía hasta molesto.
Se quedó pensativo, sin decir palabra durante varios minutos. Finalmente, suspiró y murmuró:
—Si de veras te separas de Ariel... quién sabe si algún día vuelvas a formar una familia. ¿Y cuándo será eso? Me preocupa que te cierres y no lo intentes más.
En el patio, Johana se sentó a su lado y le tomó la mano, buscando tranquilizarlo.
—No te preocupes, abuelo. Te lo prometo: antes de cumplir treinta, ya voy a tener mi vida resuelta.
—¿Treinta? —repitió el abuelo con voz grave—. Eso es dentro de seis o siete años. ¿Crees que yo llegue a ver eso?
Johana apretó su mano con cariño y le sonrió:
—Claro que sí, abuelo. Estás fuerte como un roble, todavía te queda mucho por delante.
El abuelo soltó un suspiro, más resignado que convencido.
Ella apenas prestaba atención al escenario; de vez en cuando su mirada iba de Ariel a Fermín.
Por todo el salón había productos de Avanzada Cibernética: el robot doméstico que se presentaba ese día, aspiradoras multifunción, demostraciones de energía inalámbrica, juegos de escape de realidad aumentada, experiencias en espacios virtuales de cuatro dimensiones... Era como estar en un planeta digital, rodeados de innovación.
El ambiente era tan animado que parecía una fiesta futurista.
El maestro de ceremonias dio la bienvenida y, tras unas palabras de Hugo, Johana subió al escenario. Llevaba un conjunto elegante pero sencillo, y caminó con seguridad mientras el público la observaba.
No necesitaba un guion. Johana conocía su tecnología al derecho y al revés; sus palabras fluían como si fuera una computadora ambulante, lista para resolver cualquier pregunta.
Desde el costado izquierdo del escenario, mientras miraba el robot doméstico, Johana habló con voz firme y clara:
—Muy buenos días a todos, amigos de los medios y distinguidos invitados. Hoy, en Avanzada Cibernética, les presentamos nuestro robot doméstico de compañía. No solo podrán elegir entre tres versiones diferentes, sino que además cuenta con tecnología de energía inalámbrica que estamos desarrollando, y puede integrarse con todos los dispositivos electrónicos del hogar.
—En cuanto al control, utilizamos la última tecnología de manejo remoto, una patente exclusiva de nuestra empresa. Por ahora, esta innovación solo estará disponible para...
Entre el público, Ariel lucía un traje oscuro y una camisa blanca impecable. Relajado, con una pierna cruzada, no apartaba la mirada de Johana.
Su atención era absoluta, como si el resto del mundo no existiera.
Desde otra fila, Fermín —con su porte impecable y una presencia que imponía respeto— también observaba a Johana. Aunque su expresión era serena, en la comisura de sus labios se dibujaba una sonrisa sutil, casi imperceptible.

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