Marisela, habiendo insistido hasta ese punto y viendo que todos habían estado ocupados y cansados estos días, ya no quiso desgastarse más. Así que, aceptó el consejo.
En ese momento, Ariel tampoco tenía intenciones de hablar con ella de nada importante, mucho menos hacerle algún reproche.
Al final, los dos hermanos solo querían asegurarse de que estuviera bien.
Así que, después de la cena, Marisela se subió al carro y regresó a la Mansión Paredes.
La casa, enorme como era, se quedó vacía salvo por Johana y Ariel.
Faltaban todavía ocho días para que terminara su periodo de reflexión.
...
Johana, después de bañarse, se secó el cabello y se sentó en la cama. Sentía las piernas temblorosas, los músculos hechos trapo, el cuerpo entero sin fuerzas.
Había estado agotada varios días. Cada músculo de su cuerpo se sentía flojo.
Se quedó quieta al borde de la cama. De repente, alguien tocó la puerta de la habitación.
Levantó la vista y contestó en voz baja:
—Estoy aquí.
En cuanto Johana terminó de hablar, Ariel empujó la puerta y entró. Llevaba una taza de leche tibia en la mano.
Cruzó la habitación y dejó la leche sobre el escritorio.
—Toma la leche antes de dormir.
—Sí, gracias.
Johana, con esa cortesía que mantenía de forma casi automática, miró cómo Ariel arrastraba la silla del escritorio hasta colocarla junto a la cama y se sentaba de frente a ella.
La luz del cuarto era intensa, pero no lastimaba la vista.
Por la ventana, las copas de los árboles del patio trasero se veían menos frondosas que en primavera.
Ariel se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando los brazos en las piernas, sin apartar la vista de Johana.
Ella notó la mirada y le agradeció:
—Estos días han sido pesados para ti, para Raúl, para Noé y Ramón. De verdad, gracias por todo.
Johana había visto cómo Ariel se movía de un lado a otro, pendiente de todo. Incluso ahora, no había recuperado del todo el ánimo; el cansancio seguía reflejándose en sus ojos.
En cuanto ella terminó de hablar, Ariel le tomó la mano con suavidad.
A pesar de que todavía no llegaba el invierno, la mano de Johana estaba helada.
Esa noche, el abuelo habló largo y tendido. Si de verdad pensaba en el futuro, debía intentar arreglar las cosas con Johana, vivir bien a su lado.
También le dijo que trataría de convencer a Johana.
Al escuchar esto, Johana guardó silencio.
Esa misma noche, el abuelo le había dicho a ella lo mismo, que si Ariel en verdad estaba arrepentido, le diera otra oportunidad.
Al final de cuentas, el abuelo confiaba en la familia Paredes y solo quería que alguien se encargara de ella.
Le preocupaba que terminara sola, que ya no buscara a nadie.
Después de unos segundos, Johana clavó la mirada en Ariel y, con serenidad, le soltó:
—Ariel, cuando termine el periodo de reflexión, firmemos el acta. Si más adelante vemos que se puede, podríamos pensar en volver a casarnos.
Hizo una pausa y añadió:
—La vez pasada, cuando dije que quería regresar contigo, era mentira. Esta vez va en serio.
Primero hay que terminar.
Si no se cierra este ciclo, nunca podrá empezar uno nuevo.

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