Ariel se inclinó hacia adelante en el sofá, el cuerpo apenas encorvado. Al abrir la caja de comida, sus manos temblaban visiblemente.
Estaba agotado.
Desde que habían ido al hospital aquel día, no había parado ni un instante. Preparar el discurso, organizar la ceremonia, atender a los invitados... No había tenido ni un momento para él.
Ni siquiera había comido bien. El agua la tomaba a las carreras, entre una cosa y otra.
Raúl, al verlo así, tomó la caja de comida de sus manos y le quitó la tapa. También abrió la envoltura del tenedor de plástico y se lo pasó, todo en silencio.
Esa noche, Raúl, Noé y Ramón, junto a algunos de los más jóvenes, se habían quedado en la Mansión Herrera para ayudar a cuidar las cosas.
Respecto a los mayores, ya casi no quedaba nadie de la familia Herrera. Los pocos que estaban, se veían sin saber a quién acompañar ni a quién consolar. Finalmente, todos regresaron a sus casas.
El funeral del abuelo acababa de terminar y Enrique se enfermó de golpe.
Por la tristeza.
Además, él mismo canceló su fiesta de cumpleaños.
Antes, tenía la idea de que, con la edad, cada reunión con los viejos amigos podía ser la última, así que quería aprovechar la ocasión para verlos.
Nadie se imaginaba que Cristóbal se iría tan de repente.
El abuelo ya no tenía ánimos para celebrar nada, y además, no era el momento.
...
Arriba, en una de las habitaciones, Johana salió del baño recién cambiada, cuando Marisela la abrazó de repente, buscándole dar consuelo.
—Joha, todavía me tienes a mí. Y también a mi hermano y a Raúl, no lo olvides.
Johana le sonrió apenas, mientras le daba unas palmaditas en la espalda.
—Lo sé, Marisela. Estos días han sido duros para todos. Si no fuera por ustedes, nada habría salido tan bien.
La calma de Johana hizo que Marisela sintiera aún más el dolor. La abrazó más fuerte y, con la voz entrecortada, le pidió:
—Si te sientes mal, llora. No te lo guardes.
Johana le devolvió una sonrisa tranquila.
—En serio, estoy bien.
No pensaba irse a vivir a la Mansión Paredes y, de solo proponerlo, sabía que la pondría en aprietos. Mejor ni mencionarlo.
Sin esperar respuesta de Johana, Marisela insistió:
—Mi hermano va a dormir en el cuarto de al lado, no te preocupes. No va a hacer nada, ni se atrevería.
Entonces, se giró hacia Ariel y, con tono de advertencia, le soltó:
—Ariel, pórtate bien y no te aproveches de Joha.
Ariel le lanzó una mirada seria, pero no dijo nada.
¿Acaso no veía la situación? ¿Qué necesidad había de andar recordándole esas cosas?
Satisfecha con su advertencia, Marisela volvió a mirar a Johana y trató de convencerla una vez más:
—Joha, ya no le des vueltas. Déjanos hacer las cosas así, por ahora. No hay de otra, es un momento complicado. Esta noche voy a ir a acompañar a mi abuela, pero mañana regreso a hacerte compañía.
Ante la insistencia de Marisela, Johana solo asintió suavemente.
—Está bien.

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