El arrebato de Ariel no fue recibido por Johana como antes. Esta vez, no lo rechazó, no se puso a la defensiva, ni lo apartó.
Solo abrió los ojos y lo miró, tranquila, sin emociones aparentes.
Johana no soltó palabra, ni mostró reacción alguna. Ariel detuvo sus besos y, agotado, se dejó caer sobre su hombro.
Ambos respiraban en silencio, inmersos en una quietud densa.
Pasados unos minutos, Ariel giró ligeramente el rostro y murmuró una disculpa:
—Perdón... es que tu mirada de hace rato... no supe controlarme.
A pesar de la disculpa, Johana no lo regañó. Simplemente, su mirada se perdió en el techo, vacía, sin brillo.
Parpadeó una vez y, con voz apagada, soltó:
—Ariel, ya no tengo abuelo.
Al decirlo, sintió un apretón en el pecho.
No sabía si era por lo que sentía en ese momento, o porque Ariel la sujetaba con demasiada fuerza.
Ante su tristeza, Ariel la abrazó aún más fuerte. Pegó su rostro al de ella y le dio un beso en el cabello.
—Todavía nos tienes a nosotros, sigues teniendo a Marisela, a tus compañeros y a tus amigos.
Ahora Ariel ni siquiera se atrevía a mencionarse a sí mismo como parte de ese “nosotros”. Temía que le molestara.
No se animaba a decirle que también lo tenía a él.
Pero en el fondo, Ariel sabía que, pasara lo que pasara, él siempre estaría ahí para cuidarla.
El abrazo y las palabras de Ariel la envolvieron.
Quizás porque no quería que él la viera llorar, ni que la notara tan vulnerable, Johana levantó los brazos y lo abrazó de vuelta.
Era la primera vez que lo abrazaba desde que le pidió el divorcio y comenzaron a distanciarse.
Ese gesto hizo que, por un instante, los ojos de Ariel se humedecieran.
Esa noche, Ariel no soltó a Johana ni un segundo. Le besaba las mejillas y el cabello, buscaba calmarle el ánimo con cada caricia.
No fue hasta que ella, acurrucada en su pecho, se quedó dormida, que Ariel también se relajó. La abrazó con ternura, acomodó la cabeza sobre la suya y cerró los ojos, permitiéndose descansar al fin.
...
A la mañana siguiente, cuando Johana despertó, Ariel todavía la tenía entre los brazos, profundamente dormido.
Pensó en lo agotado que había estado él esos días, en cómo la había consolado toda la noche sin dormir. Así que, con cuidado, se soltó de su abrazo y se levantó en silencio.
Se puso las sandalias, tomó la cobija ligera que estaba a un lado y la colocó suavemente sobre Ariel.
Ariel se acercó, medio dormido todavía.
—¿Por qué no me despertaste?
Al abrir los ojos y no verla, Ariel casi sintió que el alma se le salía del cuerpo.
Por suerte seguía en casa, por suerte no le había pasado nada.
Frente a su pregunta, Johana simplemente tomó otro plato y, tranquila, respondió:
—No has descansado nada estos días, por eso no quise despertarte.
Agregó:
—Ven a desayunar.
Los tres se sentaron a la mesa. Mientras comían, Carina le preguntó a Johana cuáles eran sus planes, si aún quería que siguiera trabajando para ella.
Si no, Carina ya pensaba en tomarse un descanso, quizá irse a cuidar a sus nietos.
Johana le respondió que la casa era demasiado grande como para quedarse sola, que aún necesitaba a alguien que la habitara y la mantuviera en orden, así que prefería que Carina se quedara.
Carina, siempre sencilla, le dijo que no hacía falta que siguiera pagándole, que podía quedarse ahí como si fuera su propia casa y disfrutar sus últimos años tranquila.

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