Johana asintió con la cabeza.
Abrazando a Marisela, recordó cómo desde niñas solían dormir juntas. Cuando Marisela era pequeña, tenía fama de traviesa; cuando le tocaba un regaño, lloraba a mares, pero Johana terminaba llorando aún más, con mocos y lágrimas por todos lados, arrodillada a su lado suplicando por ella.
Siempre conseguían que Adela terminara entre la risa y el llanto, diciendo:
—Ya, ya, dejen de hacer tanto escándalo. El que no sepa va a pensar que aquí en la casa están matando niños.
Los recuerdos llegaron como una avalancha. Johana apoyó la cabeza en el hombro de Marisela y murmuró suavemente:
—Marisela, gracias por todo.
Marisela la consoló dándole palmaditas en la espalda.
Por dentro, sin embargo, no dejaba de pensar: “¿Maite quiere entrar a la familia Paredes? Ni soñando, voy a hacer que se arrepienta de siquiera intentarlo”.
...
Se quedaron abrazadas un rato. Luego, Johana se levantó para ir al baño.
Al salir, miró a Marisela sentada en la cama. De repente, Johana se llevó la mano al pecho, se agachó hasta quedar en cuclillas junto a la cama y se quedó ahí, sin moverse.
En un instante, las lágrimas comenzaron a brotarle sin control, resbalando por sus mejillas. Hasta respirar se le dificultaba.
Marisela, que estaba revisando el celular sentada en la cama, vio de pronto a Johana inmóvil, agachada junto a la cama, y se asustó muchísimo. Dejó caer el celular y corrió descalza hasta ella, se agachó a su lado y la sostuvo por el brazo.
—Joha, ¿qué te pasa?
Johana la miró y trató de decirle que sentía un dolor en el pecho, que no podía respirar, que llamara a emergencias. Pero ninguna palabra le salió.
Solo pudo apretar el brazo de Marisela, mirándola con desesperación.
Al ver esa mirada, a Marisela le flaquearon las piernas.
Tragó saliva y, intentando calmar a Johana, le habló en voz baja:
—No te preocupes, Joha. Ya mismo llamo a emergencias. Voy a pedir que un doctor venga.
Diciendo esto, soltó despacio el brazo de Johana y casi arrastrándose volvió hasta la cabecera, tomó su celular y marcó al número de emergencias.
El abuelo acababa de irse; no podía permitir que le pasara algo a Johana.
En cuanto contestaron la llamada, Marisela explicó con rapidez el estado de Johana y dio la dirección de la casa de los Herrera.
Colgó y corrió de vuelta junto a Johana. Después, marcó el número de Ariel, con la voz temblorosa de la preocupación:


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