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No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 303

Johana asintió con la cabeza.

Abrazando a Marisela, recordó cómo desde niñas solían dormir juntas. Cuando Marisela era pequeña, tenía fama de traviesa; cuando le tocaba un regaño, lloraba a mares, pero Johana terminaba llorando aún más, con mocos y lágrimas por todos lados, arrodillada a su lado suplicando por ella.

Siempre conseguían que Adela terminara entre la risa y el llanto, diciendo:

—Ya, ya, dejen de hacer tanto escándalo. El que no sepa va a pensar que aquí en la casa están matando niños.

Los recuerdos llegaron como una avalancha. Johana apoyó la cabeza en el hombro de Marisela y murmuró suavemente:

—Marisela, gracias por todo.

Marisela la consoló dándole palmaditas en la espalda.

Por dentro, sin embargo, no dejaba de pensar: “¿Maite quiere entrar a la familia Paredes? Ni soñando, voy a hacer que se arrepienta de siquiera intentarlo”.

...

Se quedaron abrazadas un rato. Luego, Johana se levantó para ir al baño.

Al salir, miró a Marisela sentada en la cama. De repente, Johana se llevó la mano al pecho, se agachó hasta quedar en cuclillas junto a la cama y se quedó ahí, sin moverse.

En un instante, las lágrimas comenzaron a brotarle sin control, resbalando por sus mejillas. Hasta respirar se le dificultaba.

Marisela, que estaba revisando el celular sentada en la cama, vio de pronto a Johana inmóvil, agachada junto a la cama, y se asustó muchísimo. Dejó caer el celular y corrió descalza hasta ella, se agachó a su lado y la sostuvo por el brazo.

—Joha, ¿qué te pasa?

Johana la miró y trató de decirle que sentía un dolor en el pecho, que no podía respirar, que llamara a emergencias. Pero ninguna palabra le salió.

Solo pudo apretar el brazo de Marisela, mirándola con desesperación.

Al ver esa mirada, a Marisela le flaquearon las piernas.

Tragó saliva y, intentando calmar a Johana, le habló en voz baja:

—No te preocupes, Joha. Ya mismo llamo a emergencias. Voy a pedir que un doctor venga.

Diciendo esto, soltó despacio el brazo de Johana y casi arrastrándose volvió hasta la cabecera, tomó su celular y marcó al número de emergencias.

El abuelo acababa de irse; no podía permitir que le pasara algo a Johana.

En cuanto contestaron la llamada, Marisela explicó con rapidez el estado de Johana y dio la dirección de la casa de los Herrera.

Colgó y corrió de vuelta junto a Johana. Después, marcó el número de Ariel, con la voz temblorosa de la preocupación:

El doctor asintió y dijo:

—A simple vista, parece una reacción somática provocada por la represión de emociones fuertes. Habrá que llevarla al hospital para revisarla bien, después veremos qué sigue.

Miró a los hermanos y añadió:

—Por ahora, es mejor no intentar cambiar su postura. ¿Quién de ustedes puede cargarla? Si no pueden, nosotros nos encargamos.

Ariel se adelantó:

—Yo la cargo.

El doctor advirtió:

—Llévala con cuidado hasta la ambulancia. Hazlo despacio, sin brusquedad.

En cuanto terminó de hablar, Ariel, con suma delicadeza, levantó a Johana del suelo.

Sintió lo ligera que estaba.

Al cargarla de nuevo, notó que se sentía incluso más delgada que antes.

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