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No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 304

Ariel sostenía a Johana entre sus brazos, sin moverse ni un poco. Aunque las lágrimas en el rostro de Johana ya se habían calmado, seguía sin poder hablar ni moverse, como si su cuerpo se hubiera quedado atascado en el dolor y el silencio.

Descalza, Marisela se encontraba tras Ariel, limpiándose las lágrimas con la mano. Siempre había intentado convencer a Johana de que se permitiera sentir, que si algo le molestaba, lo mejor era llorar, desahogarse y no guardarse nada. Pero Johana siempre respondía que estaba bien, que esas cosas pasan, que es normal sentirse así.

Ahora, el resultado de tanta contención estaba a la vista: se había enfermado por guardarse todo.

Marisela se limpió el rostro con la manga mientras Ariel se giraba para darle instrucciones con voz serena pero firme:

—Voy a ir al hospital con la ambulancia. Tú empaca algunas cosas que Johana necesite y luego nos alcanzas allá.

Marisela asintió rápido.

—Sí, yo le preparo sus cosas. Al rato llego en mi carro.

Ariel la miró con preocupación.

—Con lo alterada que estás, mejor no manejes. Raúl va a venir por ti en un rato.

—De acuerdo —respondió Marisela, entendiendo que Ariel solo quería evitar otro accidente.

Ayudó a subir a Johana a la ambulancia y, antes de que partieran, tomó la mano de su amiga con fuerza.

—Joha, no tengas miedo. Acuérdate de lo que te dije hace un momento, nada te va a pasar, yo estoy contigo.

Johana, sin poder decir nada, asintió torpemente dos veces. Era su forma de agradecer el apoyo, aunque la angustia le apretaba el pecho.

Verla así, tan callada y frágil, hizo que Marisela rompiera en llanto otra vez. Ariel, sin decir palabra, se inclinó y le besó la cabeza a Johana, tratando de infundirle algo de calma, aunque por dentro sentía una mezcla de impotencia y tristeza.

Cuando la ambulancia arrancó, Marisela la vio alejarse con el corazón encogido. Luego se apresuró a la casa para recoger las cosas esenciales de Johana.

Carina, que había estado ayudando en silencio, comenzó a empacar también sus propias pertenencias, decidida a acompañarlas al hospital y quedarse a cuidar a su amiga.

...

Dentro de la ambulancia, Ariel sostenía a Johana con delicadeza mientras el médico le colocaba la mascarilla de oxígeno. Poco a poco, la opresión en el pecho de Johana fue cediendo.

Ariel apartó con suavidad los cabellos despeinados del rostro de Johana y le dio un beso en la mejilla. Le habló con una voz suave, casi como un susurro:

—¿De verdad dices que no te pasa nada? ¿Entonces por qué estamos aquí?

Ante el reclamo cariñoso, Johana apretó suavemente sus dedos, como diciendo que no se preocupara.

Lo recordaba todo: los trámites por el abuelo, la manera en que Ariel había llegado de inmediato, cómo había estado pendiente de los médicos. Johana sentía un profundo agradecimiento.

Pero Ariel no dejó pasar su actitud:

—Todo esto ha sido por ti, he intentado complacerte en lo que pides, escucharte, hacer lo que quieres, y de todos modos terminaste enferma.

Johana bajó la mirada, apagada, incapaz de encontrar una respuesta.

Al verla así, Ariel intentó reconfortarla.

—No es que te esté echando la culpa. Me duele verte así, eso es todo.

En el fondo, Ariel también sentía miedo. Si Marisela no hubiera estado con Johana esa noche, si no hubiera notado que algo andaba mal, quién sabe qué habría pasado.

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