No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 32

Cuando Marisela terminó de hablar, Ariel, quien hasta ese momento no había participado en la conversación, ya no pudo aguantarse más.

Dejó de comer, levantó la cabeza y miró directo a Marisela. Su voz sonó cortante:

—Marisela, ¿te has puesto a escuchar lo que estás diciendo?

Marisela lo miró, sin darle mucha importancia, y le contestó de inmediato:

—¿Y qué dije? ¿Acaso lo que yo digo es más grave que lo que tú haces, Ariel?

Ariel solía buscar a Johana para que le resolviera sus enredos amorosos cada tanto, y nadie hacía cosas peores que él.

Al ver la actitud de Marisela, Ariel soltó el tenedor sobre la mesa con un golpe seco y disparó, con dureza:

—¿Lo que yo no quiero, ahora quieres que Néstor lo recoja? ¿De verdad estás pensando con la cabeza?

¿Lo que yo no quiero?

Apenas Ariel terminó de decir eso, el comedor entero quedó en silencio. Marisela, siempre tan ruidosa, se quedó sin palabras.

Los ocho miembros de la familia lo miraron incrédulos, como si no pudieran entender lo que acababan de escuchar.

A un lado de Ariel, Johana también se quedó congelada por esas palabras.

Dejó de mover los cubiertos. Sostenía el plato y los cubiertos con los brazos apoyados en el borde de la mesa. No volteó a ver a Ariel, ni dijo nada.

El silencio se instaló por varios segundos. Johana fingió que no había escuchado nada, como si nada hubiera pasado. Volvió a tomar los cubiertos y, sin levantar la mirada, se llevó unos granos de arroz a la boca.

Así había sido siempre entre ellos.

Ariel la ignoraba, Ariel la trataba con desdén, y ella fingía que todo estaba bien.

Pero esta vez, sus manos temblaban. El sonido del tenedor chocando con el plato delató ese temblor.

No fue un ruido fuerte, pero todos lo percibieron.

La abuela y el abuelo, igual que los demás, miraron a Johana en silencio. Ariel solo entonces se dio cuenta de que se le había pasado la mano con sus palabras.

Volteó hacia Johana, la vio cabizbaja, comiendo despacio, apenas llevando arroz a la boca con cada bocado.

Observándola, Ariel intentó explicar:

—Johana, no quise decir eso.

Ella no levantó la mirada. Sostuvo los cubiertos, se quedó en silencio unos segundos y luego, forzando una sonrisa, murmuró:

—Ya sé, no pasa nada.

Dicho esto, volvió a llevarse un poco de arroz a la boca.

Marisela en realidad no sentía que hubiera hecho algo mal. Lo que la preocupaba era lo feo que había hablado Ariel; temía que Johana estuviera triste, por eso se disculpó.

Johana la miró y esbozó una sonrisa amable:

—No te preocupes, Marisela. Yo sé que lo hiciste por defenderme.

No le guardaba rencor a Marisela. Sabía que ella solo quería apoyarla.

Sin embargo, sentía un nudo en el pecho, una opresión difícil de disimular.

Jamás pensó que Ariel la despreciara tanto.

Nunca habría imaginado que, en la cabeza de Ariel, ella fuera tan poca cosa, como si tras el divorcio se convirtiera en algo que ya no tenía valor.

Mientras Néstor y Marisela trataban de calmar el ambiente, Adela y la abuela reaccionaron y regañaron tanto a Ariel como a Marisela:

—Uno habla sin pensar, y el otro también. A ver si para la próxima le dan vueltas al asunto antes de soltar lo que sea. ¡Ya pónganse las pilas!

—Joha, no le hagas caso, Ariel solo estaba respondiendo a Marisela. Come más, anímate.

Al ver que la abuela y Adela le servían más comida, Johana sonrió:

—Mamá, abuelita, lo sé. No me lo tomo a pecho.

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