No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 33

Aunque en la villa Johana aseguraba que estaba bien, en el camino de regreso su ánimo se desplomó por completo.

Se recostó en el asiento, con los brazos cruzados sobre el pecho, apoyando la cabeza en el respaldo. Su mirada se perdía en el paisaje tras la ventana, como si el mundo estuviera en otra parte.

En sus ojos ya no quedaba ni un reflejo de luz.

Estaba agotada.

Sentía que el corazón le pesaba demasiado.

Ariel, desde el retrovisor, la miraba de vez en cuando. Veía cómo Johana seguía en silencio, absorta en la nada, sin apartar la mirada del paisaje que desfilaba afuera. No intentó platicar con ella.

En realidad, lo que habían hablado antes había sido solo por inercia, una palabra llevaba a la otra.

El teléfono de Ariel sonó varias veces mientras conducía. Él contestó, atendió asuntos, pero Johana ni se enteró, perdida como estaba entre sus pensamientos.

No fue hasta que llegaron a la casa y el carro se detuvo en el patio, que Johana al fin reaccionó. Ariel le abrió la puerta y ella, sobresaltada, tomó sus cosas a toda prisa y bajó.

—Gracias.

Le agradeció con cortesía, y enseguida, con voz suave, añadió:

—Seguro tienes cosas que hacer, así que mejor me adelanto.

No esperó respuesta de Ariel; se dio la vuelta y entró directo a la casa.

Ariel la observó mientras cerraba la puerta del carro, siguiendo con la mirada su figura hasta que desapareció en el interior. Solo entonces volvió al asiento del conductor, encendió el motor y se fue.

...

Arriba, en el dormitorio, Johana no cerró la puerta hasta que estuvo segura de que Ariel no regresaría. Apoyó la espalda contra la madera y por fin pudo soltar el aire contenido.

Se quedó contemplando el patio a través de la ventana, mientras las palabras de Ariel seguían resonando en su cabeza.

Sabía que solo fue una conversación que se fue de largo.

Pero también estaba segura de que él lo decía en serio. Lo soltó porque, en el fondo, no le importaban sus sentimientos. Si le preocupara aunque fuera tantito cómo se sentía ella, jamás se lo habría dicho así.

Se quedó mucho tiempo así, con la vista fija y sin emoción, viendo el patio que se sumía en la penumbra.

Poco a poco, el torbellino de emociones fue amainando.

Pero la opresión seguía ahí, el malestar no se iba.

Bajo la regadera, dejando que el agua tibia le resbalara por la cara, Johana pensó que ni siquiera tenía ganas de volver al dormitorio.

Ya no sabía cómo convivir con Ariel.

A pesar de todo, después de perder el tiempo una hora y media en el baño, acabó por regresar al cuarto.

Ariel todavía trabajaba en la computadora. Johana caminó en puntitas hasta la cama, se acomodó bajo su cobija delgada, se puso los tapones para los oídos y el antifaz, dispuesta a dormir primero.

En el escritorio, Ariel no dejó de trabajar hasta que notó que Johana ya dormía. Entonces, por fin, levantó la cabeza y la miró.

Johana estaba de espaldas.

Ariel la observó sin expresión, como si no sintiera nada. Tras un rato, apagó la computadora y se acostó también.

El ruido de Ariel al meterse a la cama lo escuchó Johana, pero no se movió. Fingió estar profundamente dormida.

Después de tres años de matrimonio, ya era experta en fingir.

En el cuarto, solo la luz tenue de la lámpara de noche iluminaba el ambiente. Ariel se dio cuenta de que Johana no se movía, seguía de espaldas. Se acercó y le quitó uno de los tapones del oído.

—¿Sigues pensando en lo que pasó al mediodía?

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