Johana sonrió con calma.
—Hace unos años vine para un intercambio académico y conocí a una persona muy especial. Me acabo de enterar que falleció el año pasado, así que quise venir a visitarle.
A un lado, Teodoro escuchaba cada palabra de Johana, memorizando todo en su mente como si estuviera tomando apuntes para un examen.
Ariel no insistió con más preguntas. En cambio, le preguntó si pensaba regresar al centro de la ciudad. Johana le explicó la verdad sin ocultar nada: había perdido las llaves de su carro y necesitaba encontrarlas primero.
Ariel y Teodoro, tras escuchar esto, se ofrecieron a ayudar a Johana a buscar las llaves por los alrededores donde ella había estado hace un momento.
Pero, tras un buen rato de buscar y rebuscar, no encontraron nada.
Era lógico que no encontraran nada, porque las llaves de Johana nunca se habían perdido realmente en ese sitio.
Al final, Ariel comentó:
—Señorita Frida, si va a esperar a que alguien venga por usted, seguramente tendrá que quedarse aquí más de una hora. Nosotros vamos de regreso al centro, ¿por qué no viene con nosotros?
Su tono era tan cortés que hasta podría sospecharse alguna doble intención, pero lo cierto es que tenía lógica lo que decía.
Por eso, Johana asintió y aceptó la propuesta.
Teodoro, al ver esto, se apresuró a decir:
—Yo traje mi propio carro, Sr. Ariel, Srta. Frida, ustedes pueden irse primero, yo manejo de vuelta solo.
Ariel, captando la indirecta de Teodoro, simplemente le respondió con una sonrisa cordial y se adelantó para abrirle la puerta del copiloto a Johana.
Johana agradeció la gentileza.
—Gracias, señor Ariel.
Se inclinó ligeramente y subió al carro.
Mientras observaba cómo el carro de Ariel se alejaba del cementerio, Teodoro se giró y trotó hacia la tumba de la familia Herrera.
En realidad, él no había traído ningún carro. Se había quedado para averiguar a qué tumba había ido esa tal “señorita Frida”, y si en verdad había ido a visitar a un “amigo”, quería saber si fue a dejarle flores a la familia Herrera.
También quería confirmar si las llaves del carro de ella estaban realmente perdidas donde habían buscado, o si era solo una excusa.
Cuando Johana bajó, Ariel también descendió para despedirse.
De pie junto al vehículo, Johana extendió la mano con naturalidad para despedirse.
—Gracias, señor Ariel, por el aventón de hoy. Ojalá podamos vernos de nuevo algún día.
Ariel le devolvió el apretón de manos, y de manera casi automática, dirigió la vista a la muñeca de ella.
Lo hizo porque, desde antes, sabía que Johana tenía dos lunares simétricos en el interior de las muñecas, una marca de nacimiento difícil de ignorar.
Sin embargo, al darle la mano, la palma de Johana apuntaba hacia abajo y, para colmo, la manga de su camisa cubría la zona. Ariel no pudo ver si tenía o no esa marca.
Al soltarle la mano, Ariel estaba a punto de despedirse cuando, de repente, un grupo de turistas salió del lobby apresurados, arrastrando sus maletas con prisa.
Uno de los equipajes chocó contra la pierna de Johana, quien perdió el equilibrio y casi cae de bruces. Ariel la sostuvo de inmediato.
—Señorita Frida, tenga cuidado.
Aprovechando que la manga de Johana se había subido un poco por el movimiento, Ariel sostuvo su brazo y dirigió la mirada a su muñeca.

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