La certeza de Marisela hizo que incluso el corazón tranquilo de Ariel se estremeciera, como si una piedra hubiera caído en aguas apacibles.
Él sentía lo mismo que ella.
Sin embargo, no se atrevía a acercarse.
La partida de Johana, dos años atrás, lo había marcado tanto que le aterraba volver a molestar a Frida.
Aunque deseaba saber la verdad, no se animaba a dar un paso más.
Si el desastre de hace dos años volvía a repetirse, entonces seguir adelante ya no tendría sentido para él.
Pasadas las once, el carro llegó al laboratorio. Luego de pasar el control de seguridad y entrar al campus, Marisela no apartó los ojos de Johana ni un solo instante, como si sus pupilas se hubieran quedado pegadas a ella.
Ese día, Marisela había ido ahí solo por Johana.
Johana no tardó en notar la insistencia de sus miradas.
De hecho, desde que entró a la sala de reuniones esa mañana, se dio cuenta de que Marisela estaba ahí y la observaba.
Volver a Río Plata significaba enfrentarse a sus temores. La persona a la que más temía y más nerviosa le ponía encontrar era, sin dudarlo, Marisela. Por suerte, se había preparado mentalmente y logró mantener la calma, sin dejar que se notara la tormenta interna.
El grupo entró al laboratorio, mientras Bruno y Edmundo guiaban y explicaban todo. Johana caminaba junto a Delfín, cuando de repente, sin saber en qué momento, se encontró con Marisela justo enfrente, mirándola fijamente.
El susto hizo que a Johana se le cambiara el color de la cara.
Pero se recompuso rápido, le sonrió a Marisela y preguntó con suavidad:
—¿Señorita Marisela, necesita algo?
Como si nada, Marisela contestó:
—No, nada. Solo quería hacerme tu amiga.
Antes de que pudiera responder, Ariel frunció el ceño y le habló con tono serio:
—Marisela, ven para acá.
Pero Marisela ni lo peló. Sin apartar la vista de Johana, insistió:
—Señorita Frida, ¿podemos intercambiar nuestros números?

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