No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 41

Johana era muy educada, pero siempre mantenía cierta distancia.

Ariel notó que ella solo comía el pastel de arroz y le preguntó:

—¿No te gustó la comida?

Johana le sonrió con amabilidad mientras respondía:

—No es eso, es que soy alérgica al papá y al camarón.

Ariel se quedó callado, sorprendido por un momento.

Volteó a ver la pared de enfrente, y mientras se acomodaba el cabello con la mano, no pudo evitar sentirse incómodo.

En la prisa de hace rato, solo se preocupó por comprar cosas, pero ni siquiera revisó con atención qué había comprado.

Ariel no dijo nada, pero Johana, notando el silencio incómodo, sonrió para quitarle peso al asunto:

—De todas formas, estos pasteles están muy buenos, incluso mejor que los que compraba antes.

Ariel le devolvió la sonrisa:

—Entonces come más.

—Sí, claro.

Johana comió un par de piezas de pastel de arroz, luego dejó la comida a un lado y, mirando la pared de enfrente, suspiró:

—Estos años casi no he pasado tiempo con mi abuelo. Estos días he notado que está mucho más grande, ya de verdad parece un anciano.

Ariel recargó ambos brazos sobre el respaldo de la banca y preguntó:

—¿Cuántos años tiene ya tu abuelo? ¿Setenta y tantos?

—Setenta y cinco. Es un año menor que tu abuelo —contestó Johana.

Ariel le echó un vistazo y luego le preguntó de nuevo:

—¿Y tú cuántos años tienes?

Johana se quedó sin palabras por unos segundos. Al mirarlo, sintió esa misma sensación que cuando un padre se olvida del grado escolar de su hijo.

Sabía que Ariel no la quería, que nunca le había prestado atención, pero no imaginó que ni siquiera supiera su edad.

Con una sonrisa suave, Johana le respondió:

—Tengo veintitrés.

Ariel asintió sin mucha emoción y dijo despreocupado:

—¿Apenas veintitrés? Yo pensaba que ya tenías como veinticinco o veintiséis.

Mordió suavemente su labio y apartó la vista, pensando en sacar otro tema para platicar. Sin embargo, Ariel de repente le tomó el mentón y la obligó a mirarlo de nuevo.

Johana se sobresaltó.

Lo miró, todavía sin tiempo de preguntar qué pretendía, cuando Ariel se inclinó hacia ella y, sin previo aviso, la besó en los labios.

Sus ojos se abrieron de par en par, y parpadeó varias veces, sorprendida. Sin pensarlo, cerró los puños con nerviosismo.

Se quedó sin respirar, quiso empujar a Ariel, pero él la sostenía de la cara, así que no pudo moverse.

No pudo resistirse.

Con los ojos abiertos, simplemente lo miró.

Ariel estaba completamente entregado al beso. Sus labios eran suaves, y la forma en que la besaba le aceleró el corazón, haciéndola sentir que las piernas le temblaban.

Él sabía lo que hacía.

Después de ese beso intenso, Ariel no apartó la mano de su cara. Con el pulgar acarició lentamente su mejilla y, mirándola a los ojos, preguntó:

—¿Todavía quieres el divorcio?

A lo lejos, Néstor apareció vestido con pantalón de vestir negro y camisa blanca, las mangas arremangadas, trayendo en la mano la cena que había traído para Johana.

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