No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 42

Durante ese tiempo, Johana estuvo de descanso en casa, así que aprovechaba para ir al hospital con frecuencia, a veces varias veces al día, incluso en la noche pasaba a ver cómo iban las cosas.

Al ver a Johana y Ariel tan cercanos, Néstor prefirió no acercarse.

Se dio la vuelta y caminó hacia el elevador. Presionó el botón y, como si nada, dejó la comida que había traído para la noche sobre el basurero que estaba al lado.

Todo lo que había en esa bolsa eran cosas que a Johana le encantaban.

Cuando se abrieron las puertas del elevador, Néstor metió las manos a los bolsillos y entró con paso tranquilo.

Sereno, sin mostrar emociones, como si nada le afectara.

...

Del otro lado del pasillo.

Johana apartó la mano de Ariel de su cara y, evitando mirarlo a los ojos, soltó:

—No somos el uno para el otro.

Ariel se rio.

—¿Y quién sí lo es? Todo es cuestión de irse acoplando poco a poco.

En el bar, hace rato, Ariel había dicho que no iba a consentirla más.

Pero ni siquiera pasó la noche y ya se estaba contradiciendo.

Él nunca pensó en divorciarse.

Sobre todo después de estos tres años juntos, le parecía absurdo siquiera considerarlo.

Johana levantó la mirada, sorprendida de que, después de tanto retrasar las cosas, Ariel cambiara de opinión de nuevo.

Al notar la mirada de Johana, Ariel volvió a sonreír.

—¿Por qué me miras así?

Intentando tranquilizarla, agregó:

—De ahora en adelante, voy a volver a dormir en casa.

Pero Johana, muy seria, le preguntó:

—¿Mi abuelo te dijo algo? Si fue así, no tienes que hacerle demasiado caso. No te obligues a nada, lo más importante es que sigas lo que de verdad quieres.

Ariel guardó silencio, con la mirada baja. Seguramente el abuelo le había dicho algo, quizá porque no quería que Johana se quedara sola, temiendo que no tuviera nadie que la apoyara tras el divorcio.

Tanto el abuelo como ella misma le habían pedido a Ariel que se separara, pero él seguía ahí, callado, sin responder, recargado en el respaldo de la silla, mirando sin interés la pared de enfrente.

Johana lo observó fija, sin moverse. Cuando Ariel notó su mirada, ella desvió los ojos hacia el tablón de anuncios, suspirando:

—Si desde el principio hubiéramos sido capaces de hablarlo todo, de intentar aunque fuera un poco...

Johana también volvió a su rutina en la oficina.

Justo ese mediodía, regresando del proyecto en construcción, Raúl la llamó:

—Joha.

Johana cerró los archivos que tenía en la mano, levantó la vista y le sonrió para saludarlo.

—Señor Raúl.

Raúl se acercó con paso animado.

—¿Todavía no has comido? Vente, vamos por algo de comer.

Johana miró los papeles en sus manos. Raúl se los quitó con una sonrisa.

—Por mucho trabajo que tengas, tienes que comer. Además, no tienes por qué esforzarte tanto por Ariel, no te mates trabajando por él.

Johana no pudo evitar reírse ante sus palabras.

—Deja, solo guardo esto y vamos.

Fue a dejar los documentos a su oficina y, después, Raúl la llevó en su carro a un pequeño restaurante familiar cerca de ahí.

Ya sentados en una mesa privada, Raúl chasqueó los dedos para llamar al mesero. Pidió algunos platillos de la casa y luego le pasó el menú a Johana para que eligiera lo que quisiera.

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