Antes, cuando se quedaban a solas de vez en cuando, Johana siempre buscaba la manera de hacerse notar frente a Ariel. Le encantaba iniciar la plática, sacando cualquier tema para que él le pusiera atención.
Ahora todo era muy distinto. Johana casi no decía nada y rara vez tomaba la iniciativa de buscarlo para platicar.
Ariel, desde su estudio, alcanzó a escuchar cómo Johana terminaba una videollamada con Marisela. Dejó lo que tenía entre manos, se levantó y fue hasta la puerta del estudio. Tocó dos veces y preguntó con voz tranquila:
—¿Hoy no piensas dormir?
La aparición repentina de Ariel hizo que Johana se enderezara de inmediato, con cierta incomodidad.
—¿Te interrumpí en el trabajo? Perdón, no fue mi intención —se disculpó rápido.
Y enseguida agregó:
—Olvidé que también estabas aquí.
...
Si Johana no hubiera tratado de dar explicaciones, Ariel ni se habría molestado. Pero al escucharla, la expresión de Ariel se volvió un poco difícil de descifrar.
Por lo menos, ella era honesta.
De todas formas, Ariel no le discutió nada. Simplemente se dio la vuelta y se fue directo al dormitorio.
Johana lo miró alejarse. Cerró la sesión de WhatsApp, apagó la computadora y también se fue al cuarto.
Apenas Johana entró al dormitorio, el celular de Ariel empezó a sonar.
Él sacó el aparato del bolsillo, vio quién llamaba y se dirigió hacia la ventana, donde contestó.
Del otro lado, la voz suave de Maite se dejó oír:
—Ariel, todos quieren bajar al bar del hotel. ¿Te animas a venir?
Mientras observaba las luces de la ciudad por la ventana, Ariel respondió con voz neutral:
—Yo mejor me quedo. Que la pasen bien.
Maite no se dio por vencida y, usando un tono entre juguetón y suplicante, insistió:
—¿De verdad no bajas?
—No, mejor no —remató Ariel.
—Bueno, entonces voy a buscarte yo —soltó Maite, medio tentada.
Ariel contestó sin rodeos:
—No es buen momento.
Después de eso, Maite se quedó callada. Por varios segundos no se escuchó nada.
Al final, ella soltó una risa forzada:
—Entonces, nos vemos mañana. Descansa.
—Sí —respondió Ariel, con un tono más suave.
Cuando colgó y se dio la vuelta, Johana no le prestó atención. Ni siquiera pareció haber notado el timbre del celular, mucho menos quién le había llamado.
Recostada en la cama, Johana miró hacia donde él estaba y dijo, serena:
—Me voy a dormir.
No le deseó buenas noches, ni le preguntó por la llamada.
Al día siguiente, cuando Johana abrió los ojos, Ariel seguía dormido a su lado. Se veía tranquilo, como si nada le quitara el sueño.
Johana lo miró un rato, sin moverse, recordando los últimos tres años como si fueran escenas de una película en su cabeza.
Suspiró apenas, cuando de pronto la voz de Ariel se escuchó suave, todavía adormilada:
—¿Te gusta lo que ves?
Johana levantó la mirada, lo vio directo a los ojos y luego desvió la vista. Se sentó en la cama, cambiando el tema:
—La reunión es a las nueve, ¿verdad?
Ariel, tapándose los ojos con el brazo, contestó sin inmutarse:
—Sí.
Johana se levantó, quitó la sábana y fue al baño. Cuando salió, Ariel ya estaba listo, abotonándose el saco del traje.
Al verla, Ariel le pidió:
—Ven, ayúdame con la corbata.
Aunque su relación no fuera la mejor, Ariel seguía dándole órdenes.
Johana se quedó mirándolo unos segundos, luego dijo:
—Eso deberías hacerlo tú.
Al recordar la cara de felicidad de Ariel el día anterior, Johana sintió que no tenía ganas de ayudarlo.
La negativa de Johana hizo que Ariel, con la mano en el cuello de la camisa, la mirara fijo, sin mostrar ni una pizca de emoción.

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