Johana lo miró durante unos segundos y, con una sonrisa irónica, soltó:
—¿Que no entiendo los límites? ¿Que me pasé de la raya? Solo comí un par de veces con Hugo, solo platicamos de temas de trabajo, ¿y ya por eso te sentiste incómodo, como si te hubiera hecho quedar mal?
Antes de que Ariel pudiera decir algo, ella continuó, alzando un poco la voz, cada palabra cargada de enojo:
—A ver, Ariel, ¿y tú? ¿En los últimos tres años, has respetado algún límite? ¿Alguna vez te has quedado en tu lugar? Cada vez que tenía que salir a arreglar tus líos amorosos, ¿te importó alguna vez cómo me sentía yo? ¿Pensaste en mi dignidad, en si me sentía incómoda?
—Andas con Maite para todos lados, la tratas como si fuera tu esposa. ¿Alguna vez te preguntaste cómo me sentía yo con eso?
Johana lo miraba fijamente, y mientras soltaba todo aquello, su cara se encendió en un tono carmesí. Por fin, el coraje que había aguantado tanto tiempo salió a flote.
Hizo una pausa, tragó saliva, y remató:
—Los límites sí son importantes, pero, Ariel, tú ni siquiera sabes lo que son. No tienes derecho a exigirme algo que tú nunca has tenido.
Había aguantado tres años. Lo vio divertirse a sus anchas, meterse en problemas y salir con otras, y ella nunca dijo nada, nunca se metió. Incluso ahora, al verlo ir y venir con Maite todos estos días, tampoco dijo nada.
Pero Ariel, en vez de agradecer, ahora venía a voltear las cosas y a acusarla a ella. Johana ya no podía soportarlo.
Ella lo quería, sí, y era una persona tranquila, pero no era ingenua.
Su reacción repentina, tan llena de enojo y reclamo, dejó a Ariel paralizado. La conocía desde hacía años, llevaban tres años de casados, y era la primera vez que ella le levantaba la voz, la primera vez que lo trataba de esa forma.
Jamás pensó que Johana pudiera enojarse así.
Ariel la observó en silencio, sin saber qué decir, mientras la furia de ella se transformaba poco a poco en cansancio.
Bajando la mirada y tragando saliva, Johana dijo con un tono mucho más apagado:
—Ariel, si no fuera porque tú aquel día... —Se detuvo, tragándose lo que estaba a punto de confesar. Si no fuera porque él la había salvado hace años, si no fuera porque alguna vez lo quiso tanto, jamás se habría casado con él, ni lo habría soportado tanto tiempo.
Pero no terminó esa frase. En vez de eso, cambió de rumbo:
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