La actitud dominante de Ariel hizo que Johana girara el rostro con fuerza, negándose a mirarlo y dejando de resistirse.
Esa reacción le caló hondo a Ariel, como si un balde de agua helada le bajara la temperatura al corazón.
Se detuvo de inmediato, todavía con los labios a punto de rozarla.
Sin moverse, la sostuvo entre sus brazos durante un momento, mirándola en silencio. Luego, de repente, se apartó de ella con rapidez.
—Hueles a todo menos a limpio. Anda, ve y date un baño.
Sin dirigirle la mirada, Johana se subió la ropa como pudo, se bajó de la cama sin decir palabra y se fue directo al baño.
Ariel, desde la habitación, la miró de reojo antes de acercarse a la mesa. Se agachó para alcanzar una cajetilla de cigarros y un encendedor. Encendió uno con evidente fastidio y se fue a plantar frente a la ventana.
¿Johana estaba hablando en serio sobre buscarse a alguien más y separarse de él? ¿De verdad pensaba dejarlo?
Eso no podía ser. Cuando se las ingenió para entrar a la familia Paredes, debería haber sabido que ese matrimonio no tenía salida.
El humo pesado se enroscaba en el aire, tan denso como los pensamientos de Ariel en ese momento.
Mientras tanto, Johana permaneció en el baño casi dos horas, como si intentara borrar algo que no se iba con agua.
Al final, Ariel perdió la paciencia. Se acercó y, después de un par de golpes secos, le habló desde el otro lado de la puerta:
—Johana.
—¿Qué quieres?
La voz de ella sonó apagada tras la puerta. Ariel se metió las manos en los bolsillos, su tono era cortante:
—Ni para limpiar una escena del crimen te tardas tanto. No me hagas derribar la puerta. Sal ya.
Pensó que Johana hacía hasta lo imposible por evitar el contacto con él. Y, por su parte, ya ni ganas le quedaban.
La verdad, desde que ella giró la cara con ese aire de resignación, él había perdido todo interés.
...
Esa noche, en el restaurante de abajo, la fiesta aún seguía.
Aunque todos alrededor le seguían el juego, la ausencia de Ariel hacía que Maite se sintiera algo sola.
No tardó mucho en aburrirse y se retiró temprano a su cuarto.
...
A la mañana siguiente, cuando Johana abrió los ojos, sentía la cabeza pesada, la espalda y el cuello entumidos.
No tenía fuerzas en brazos ni piernas. Le dolía todo el cuerpo.
A lo lejos, Ariel ya estaba despierto, sentado junto al escritorio.
Al verla levantarse, Ariel apenas mostró emoción:
—Ya es tarde. Levántate y cámbiate.
Con el brazo cubriéndose los ojos, Johana murmuró sin ganas:
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