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¿Quién es el hombre de mis sueños? romance Capítulo 3

Héctor apenas había pronunciado esa frase cuando el monitor comenzó a sonar.

—Te escuché, abuelo. Me casaré con la hija mayor de la familia Aston —respondió Patricio, en un intento de calmar a su abuelo.

Kevin y personal del hospital entraron y comenzaron con las maniobras de emergencia; después, llevaron a Héctor a la unidad de cuidados intensivos. Mientras, Génova interrogaba sin parar a los miembros de la UCI.

—¿Cuándo podrá salir de la UCI? ¿Puedo acompañar a mi hija?

Su ansiedad era evidente y sus ojos enrojecidos estaban a punto de liberar todas sus lágrimas.

—Necesita quedarse en observación en el hospital esta noche. Puede volver en veinticuatro horas. La cuidaremos bien— respondió la enferma.

Génova de seguro no se iría del hospital sin su hija; sin embargo, asintió y le dijo:

—Gracias.

Media hora después, Patricio llegó a la entrada de la UCI, a donde una enfermera lo saludó.

—¿Cómo está mi abuelo?

La enfermera revisó los documentos que tenía en la mano y respondió:

—El gran señor Logan está en estado crítico, señor. Debe quedarse en observación durante veinticuatro horas. El director ha preparado una habitación para usted.

Cada empleado del hospital sabía quién era Patricio Logan; era un amigo cercano del director Kevin y había visitado a su abuelo casi todos los días durante esos seis años. Admiraban su devoción familiar. Patricio aceptó la explicación de la enferma asintiendo.

Un hombre que vestía un abrigo gris caminaba detrás de ellos. A pesar de sus facciones elegantes, Sergio Suriano no se parecía en nada a los muchachos. El mayor de ellos era Justino Aston, quien se acercó al lado de Génova con angustia reflejada en la mirada.

—Mami, deberías ponerte esto.

Justino había notado el abrigo que envolvía a su madre y adivinó que era de un extraño de buen corazón que se lo había dado. Julián Aston, el segundo hijo de Génova, la miró con culpa y le preguntó preocupado:

—Mami, ¿por qué no nos trajiste a Justino y a mí también? Podríamos haberte ayudado.

Julián se agachó y, con suavidad, colocó los pies de su madre en su regazo. Quería calentarlos antes de persuadirla de que se pusiera los zapatos. Mientras, Sergio se sentó al lado de Génova, observando cómo sus hijos frotaban sus pies y la envolvían en una chaqueta, por lo que sintió envidia.

—Géno, ¿por qué no me dijiste que Julieta estaba enferma? Prometí que cuidaría de todos ustedes.

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