En ese momento, Petrona intervino de repente.
—Ya es tarde, no es seguro que Ofelia vuelva a casa sola. ¿Por qué no se queda a dormir en la mansión?
Sabrina frunció el ceño, y una sombra de disgusto cruzó por sus hermosos ojos. Miró a Petrona con frialdad. Cualquiera podía ver que tenía algo en contra de Ofelia, ¿y aun así insistía en que se quedara?
Petrona fingió no ver la mirada de Sabrina y se dirigió a Ignacio.
—Ignacio, ¿qué te parece?
Ofelia lo miró con los ojos muy abiertos, esperando su respuesta con expectación.
Sabrina soltó una risa burlona y se cruzó de brazos, observando a Ignacio.
Ignacio, sin siquiera dirigirle una mirada a Ofelia, dijo con indiferencia:
—Enviaré a un chofer para que te lleve.
La mirada de Ofelia se ensombreció al instante, y su rostro se llenó de decepción.
—Está bien, gracias, señor Guerrero.
Petrona, que no había perdido detalle de la decepción de Ofelia, intervino rápidamente.
—Ignacio…
Pero apenas había empezado a hablar, Ignacio la interrumpió.
—¿Estás cuestionando mi decisión?
—No es que…
—Sabri, vamos a la habitación. —Ignacio le tendió la mano a Sabrina, pero ella lo ignoró y, dándose la vuelta, se alejó a paso rápido.
Ignacio la observó alejarse y suspiró casi imperceptiblemente, antes de seguirla.
En la habitación, Sabrina estaba recostada contra la cabecera de la cama, con las rodillas flexionadas y las manos apoyadas en ellas, jugando con su celular.
La puerta se abrió y entró Ignacio.
—¿Estás enojada? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
Sabrina lo ignoró por completo, como si no estuviera allí, y siguió concentrada en su celular.
—Lo de Romeo… Adriana Ramos te lo contó, ¿verdad? —preguntó Ignacio.

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