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Reencarné y mi Esposo es un Coma romance Capítulo 104

En ese momento, Petrona intervino de repente.

—Ya es tarde, no es seguro que Ofelia vuelva a casa sola. ¿Por qué no se queda a dormir en la mansión?

Sabrina frunció el ceño, y una sombra de disgusto cruzó por sus hermosos ojos. Miró a Petrona con frialdad. Cualquiera podía ver que tenía algo en contra de Ofelia, ¿y aun así insistía en que se quedara?

Petrona fingió no ver la mirada de Sabrina y se dirigió a Ignacio.

—Ignacio, ¿qué te parece?

Ofelia lo miró con los ojos muy abiertos, esperando su respuesta con expectación.

Sabrina soltó una risa burlona y se cruzó de brazos, observando a Ignacio.

Ignacio, sin siquiera dirigirle una mirada a Ofelia, dijo con indiferencia:

—Enviaré a un chofer para que te lleve.

La mirada de Ofelia se ensombreció al instante, y su rostro se llenó de decepción.

—Está bien, gracias, señor Guerrero.

Petrona, que no había perdido detalle de la decepción de Ofelia, intervino rápidamente.

—Ignacio…

Pero apenas había empezado a hablar, Ignacio la interrumpió.

—¿Estás cuestionando mi decisión?

—No es que…

—Sabri, vamos a la habitación. —Ignacio le tendió la mano a Sabrina, pero ella lo ignoró y, dándose la vuelta, se alejó a paso rápido.

Ignacio la observó alejarse y suspiró casi imperceptiblemente, antes de seguirla.

En la habitación, Sabrina estaba recostada contra la cabecera de la cama, con las rodillas flexionadas y las manos apoyadas en ellas, jugando con su celular.

La puerta se abrió y entró Ignacio.

—¿Estás enojada? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

Sabrina lo ignoró por completo, como si no estuviera allí, y siguió concentrada en su celular.

—Lo de Romeo… Adriana Ramos te lo contó, ¿verdad? —preguntó Ignacio.

Sabrina arrojó la manta a un lado, se levantó de la cama de un salto y, sin decir una palabra, salió de la habitación en pantuflas.

—¿A dónde vas? —gritó Ignacio, pero Sabrina no se detuvo.

En un instante, desapareció de su vista.

Preocupado, Ignacio salió tras ella.

Tras bajar del cuarto piso, Sabrina se dirigió directamente al garaje, justo cuando Camilo Guerrero llegaba.

—¿Sabri? —Camilo la miró. Había salido corriendo en pantuflas. ¿Acaso se había peleado con Ignacio?

—Sácame de aquí —dijo Sabrina, abriendo la puerta del copiloto y sentándose sin darle a Camilo la oportunidad de negarse.

Camilo, agotado tras un largo día de trabajo, no tenía ganas de conducir.

Pero al ver a Ignacio, con una expresión furiosa, esperando no muy lejos en su silla de ruedas, una sonrisa se dibujó en sus labios. De repente, ya no se sentía cansado.

Subió al carro, encendió el motor y salió a toda velocidad de la mansión Guerrero.

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