Adriana respiró hondo para calmarse y luego dijo:
—Bueno, pues muchas gracias. Son noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve. Puedes transferírmelo directamente.
Sin pensárselo dos veces, Ignacio abrió la conversación de WhatsApp y le transfirió doscientos mil.
Al ver los cien mil de más, el rostro de Adriana se iluminó con una sonrisa.
—Gracias, jefe. Que este año tenga la alegría de ser padre.
Ignacio esbozó una sonrisa y asintió satisfecho.
—Si sabes hablar, habla más.
Adriana se deshizo en halagos, su boca parecía untada de miel.
—Bueno, vamos a Jardines de Esmeralda.
—¿Ah? ¿Ya no vamos a comprar un regalo?
—Mi Sabri es única, y su regalo también debe serlo.
Adriana entendió al instante.
—Ya veo, quieres algo hecho a medida.
—Vamos, te llevo ahora mismo a Jardines de Esmeralda.
***
En Jardines de Esmeralda.
Sabrina miró las fotos que le habían llegado en un mensaje anónimo, y su rostro se ensombreció. Los protagonistas de las imágenes eran Ignacio y Adriana.
Estaban cenando en un restaurante, y Adriana incluso le sostenía la mano a Ignacio. Por el fondo, parecía ser el restaurante del sur.
¡Pero ella no los había visto esa noche!
Había otras fotos de ellos en la joyería TF, comprando la joya *Amor a Primera Vista*, el modelo más popular de la marca.
La escena era tan cálida y amorosa que, de repente, ella, su esposa legal, se sintió completamente fuera de lugar.
Sabrina respiró hondo varias veces para calmarse, borró las fotos y se fue al baño a ducharse.
Un buen rato después…
*Ding-dong, ding-dong…*
—Pero si ya estamos aquí. Sabrina tiene que estar dentro. Si hay algún malentendido, ¿no sería mejor aclararlo cara a cara? —sugirió Adriana.
Si los malentendidos se prolongaban, se crearía una brecha entre ellos y el amor se desvanecería.
Ignacio preguntó con frialdad:
—¿Piensas tirar la puerta abajo o llamar a un cerrajero?
—No… no soy tan bruta —replicó Adriana, haciendo un puchero—. Solo creo que en esta última hora ha pasado algo que no sabemos y por eso Sabrina se ha enojado. Hay que aclarar los malentendidos.
—No es que no quiera aclararlos, es que ella no me da la oportunidad —dijo Ignacio con una sonrisa amarga—. Yo no me enojé porque ella cenara con otro hombre, ¡y ahora resulta que la enojada es ella!
Ignacio se masajeó las sienes y respiró hondo.
—Llévame de vuelta a la mansión Guerrero.
—Voy a intentar llamar a Sabrina otra vez…
—No hace falta, no va a contestar. —Ignacio, con el rostro serio, se dirigió en su silla de ruedas hacia el ascensor.
***

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