Ignacio, disimulando su expresión, asintió.
—Sí. ¿Cómo estás por allá?
—¡De maravilla! Veo a Leandro entrenar todos los días. ¡Ay, su habilidad para conducir es cada vez mejor! Estoy seguro de que ganará la próxima carrera. —Felipe tenía una fe ciega en la capacidad de su nieto. Lo veía en la pista, corriendo a velocidades vertiginosas, cruzando la meta una y otra vez con una destreza impresionante.
Ignacio no sentía ninguna simpatía por Leandro Guerrero, pero tampoco el desprecio que le tenía a Camilo.
Asintió, siguiendo la corriente de Felipe.
—Sí, sería bueno que ganara, para honrar a la familia Guerrero.
El rostro de Sabrina se ensombreció. Era cierto, en poco tiempo Leandro competiría.
—¡Claro que sí! Pero mañana me voy de Estados Unidos. Volveré antes de la carrera de Leandro. —Felipe ya tenía planeado su próximo destino turístico.
—De acuerdo. —Ignacio solo le daba la razón de palabra. De todas formas, antes de fin de mes, su gente lo enviaría de vuelta a Clarosol.
—Sabri, ¿por qué no dices nada? —la llamó Felipe.
Aludida, Sabrina volvió en sí. Cambió la cámara hacia ella y saludó con la mano.
—Hola, abuelo.
—Sabri, ¿por qué te ves tan demacrada? ¿Acaso Ignacio te ha hecho pasar un mal rato?
Ignacio y Sabrina se miraron. No era de extrañar que Felipe llamara de repente. Alguien le había ido con el chisme.
Sabrina lo negó.
—No, es que he estado muy ocupada con un diseño estos dos últimos días. Necesitaba inspiración y tranquilidad, así que me quedé en un hotel.
—¡Ah, ya veo! —Felipe frunció el ceño. Entonces, no era como le había dicho Ángel Jiménez.
—Sí, mira, ahora mismo estamos comiendo juntos.



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